lunes, 29 de junio de 2020

En casa

-DuBois no es comunista. No lo es, en realidad.
-No lo estaba insinuando -replicó ella, aunque sí lo había hecho. Pensaba que, si leía aquel libro, quizá tendrían algo de que hablar -. Iría a la biblioteca a ver si tienen algo, pero las hermanas MacManus trabajan allí y no soporto hablar con ninguna de ellas.
-Vas a la iglesia.
-Soy la última en entrar y la primera en salir. Tengo que hacerlo. Para papá es importante. Pág. 59

Ahora que ella había vuelto a casa, Jack estaba de nuevo allí. Los muebles y el daño que habían sufrido en el transcurso de la antigua y ajetreada vida doméstica seguían allí. Y los viejos libros. Su abuelo había enviado un cuantioso cheque a Edinburgo, pidiéndole a un primo que reuniese la biblioteca necesaria para instruir en la fe verdadera e incorrupta. Como respuesta, había recibido un baúl lleno de grandes volúmenes, encuadernados en cuero negro y en los que todos supusieron que residía tal fe verdadera. . A veces examinaban juntos los títulos y se preguntaban por su contenido. Pág. 69-70

Ella cogió el libro y lo abrió.
-Nadie se lo ha llevado prestado desde 1925.
-Supongo que por eso seguía ahí. Ha estado en la estantería durante un cuarto de siglo esperando silenciosamente a encender el interés incipiente de mi hermana por el marxismo. - Desenvolvió el cerdo -. El mejor trozo de carne que había en la tienda, o eso me dijo el tendero. Está bien, ¿verdad?
-Sí, muy hermoso.
Lo envolvió de nuevo y lo guardó en el frigorífico.
-No pareces contenta.
-Bueno -dijo ella -, la tarjeta está en el libro y la última fecha sigue siendo 1925.
-Oh. Hum. ¿Estás insinuando que lo he robado?
-No, sólo que tal vez no hayas cumplido con las expectativas de la bibliotecaria antes de marcharte.
-Quiero devolverlo, de veras. Si tú quieres que lo haga.
-Por supuesto.
-Una infracción menor.
-Sin duda. Pero te lo habrían prestado. Te habrían pedido que firmaras con tu nombre.
-Te confesaré que era eso lo que tenía en mente, pero luego pensé, Jack Boughton, conocido canalla y disoluto, visto en la biblioteca pública de Gilead llevándose prestada una suerte de biblia del agitador, por así decirlo. Y aquí estoy yo, intentando rehabilitarme y labrarme una posición moderadamente respetable en este pueblo. Pág. 160-161.

-¿Qué quiere que le lea? -Pregunto Jack-. Tenemos Las condiciones de la clase obrera en Inglaterra en 1844.
El viejo sacudió la cabeza.
-Ése ya lo leí en el seminario -dijo-. Era muy interesante, pero, tal como lo recuerdo, su tesis me quedó clara. No tengo necesidad de volver a él. Me sorprende que todavía lo conservemos. Pensaba que había donado mi ejemplar a la biblioteca.
Jack se echó a reír y miró a Glory. Pág. 166

-Jack, sí. Aquel invierno lo pasé en la biblioteca. Fue un invierno tan miserable que aproveché la oportunidad para mejorar mi mente. Las señoras mayores de allí también me adoraban. Un caballero que pasa apuros. Subsistí a base de magdalenas de salvado y tartas de merengue. No eran las mismas señoras mayores. Éstas llevaban menos carmín y no se ponían alheña.
-Ya me había fijado en lo leído que eres.
-He sido asiduo de las bibliotecas durante todos estos años. Es el último lugar donde la gente te busca. La suerte de gente que te busca. Mucho mejor que el cine. Así que pensé que, ya puestos, podía aprovechar para leer lo que tendría que haberme leído en la universidad. Pág. 195


En casa. Marilynne Robinson. Galaxia Gutenberg, S. L., 2012. Aportado por Lola

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