Los pintores probaban sus colores sobre los armarios de cocina, sobre todo lo que, aunque no se dijera en voz alta, estaban semiveteados. Otros se encargaban de la biblioteca y del dormitorio, sin olvidarse, en el segundo caso, de tomarle, de paso, el pelo a Helena. Pág. 97
Los días de lluvia frecuentaba otro lugar, algo de lo que no nos habríamos enterado nunca de no habérnoslo contado una amiga nuestra. Se la había encontrado casualmente en el enorme vestíbulo del Palacio de Cultura, sentada en un sillón, observando a la gente que subía y bajaba las escaleras para acceder a la biblioteca o a la cafetería de la planta tercera. Pág. 101
La muñeca. Ismaíl Kadaré. Alianza Editorial, S. A., 2016. Aportado por Lola
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