jueves, 26 de noviembre de 2020

El libro de Jonás

Las estanterías de madera sin barnizar le daban el aspecto de una nave en construcción y cada quincena renovaba el escaparate poniendo inusualmente los libros abiertos por las páginas que Humberto Rey iba a leer las próximas dos semanas. Los libros semejaban aves marinas, una bandada de pájaros que luchaban por salir de la vidriera y buscar cobijo en las bibliotecas familiares de los hogares de Vilaponte. Pág. 54


Yo gustaba mucho de estas tenidas medio esotéricas, que alimentaba detalles perdidos, con datos olvidados que inventaba sobre la marcha y que excitaban sobremanera a Humberto, al que provocaba anunciándole un libro francés que describía todos los ritos de los sastres y que alguién, con toda seguridad por encargo de un afamado sastre de la capital, robó de mi biblioteca. Pág. 57


Lo llamo al celular, al movil, como si fuese una clave secreta para que dos amigos comenten cómo la vida se ve desde su óptica, se digan las pequeñas y grandes cosas que aquietan o sobresaltan el ánimo. Solo cuando le doy cuenta de un libro de tema marino que he descubierto en la Biblioteca Nacional o en una librería de viejo, parece sobreponerse al exceso de monosílabos que se escuchan desde el otro lado del teléfono. Pág. 76


Leía con avidez los libros más raros que llegaban a la biblioteca municipal, aunque sus escritores favoritos han sido los rusos. Leyó varias veces Guerra y paz, Crimen y castigo, Ana Karenina y Los hermanos Karamazov. Pág. 115

En sus vacaciones y para tener ingresos que aliviaran su acontecer durante el curso siguiente, consiguió que la biblioteca de la facultad de medicina la contratara para catalogar los libros que se incorporaban mientras duraba el curso, así conseguía ahorrar el dinero que precisaba para apuntalar su modesta vida sin tener que utilizar los fondos que yo había dispuesto para su carrera. Pág. 117


La misma que anidaba en su jefe, su amigo, su amado, que nunca quiso ver, asumir que un hombre y una mujer al frente de la única librería de un pequeño pueblo costero, que pasaban todo el día y todos los días, que juntos leían las mejores páginas que con mimo colocaban en los anaqueles para que luego emprendieran el viaje a una biblioteca familiar, a una mesilla de noche, a un maletín de un viajero para invitar a quien lo tuviera en sus manos, y su mirada se detuviera en una página, en una frase o en una línea, para invitarlo, digo, a soñar, a construir mundos que no están en este, a librarse de las virgilianas enfermedades pálidas y del dolor, a reír con el arco iris vigilando el decorado de la tarde. Pág. 169


Muchas mañanas me siento indefenso y desarmado, y noto el desprecio que sienten por mí mis queridos libros yertos en los anaqueles, en los estantes de mi biblioteca, percibo nítidamente sus acusaciones de traidor y, al ponerme el gabán y dar la segunda vuelta a la llave que cierra la puerta y desearles a todos los textos unas buenas tardes, me invade la tristeza y me convierto en un hombre viejo y derrotado que cambió los libros de caballería por la locura sin tener a su lado a un buen Sancho que lo haga entrar en razón y le obligue a comprobar que los molinos no son gigantes. Pág. 175-176


Mi reflejo en un escaparate me asustó. Al mirar, ví a un anciano y era yo, y aquella tarde perdí mi sombra. Desapareció, se esfumó y yo entendí que era un aviso de la muerte cercana, y asustado indagué en viejos textos, en la media docena de libros prohibidos y secretos que aún quedaban en mi biblioteca, y supe que a un rey de una saga antigua de la tradición islandesa se le escabullo su sombra y desde entonces no hubo más días con sol en su país y siempre fue invierno, y con el carro del invierno vinieron los fríos y la tristeza, y de ese mal, sentando en el bosque, apoyado en un roble, le sobrevino la muerte. Pág. 180


Después de cenar, suelo leer una hora larga. En realidad, releo libros que he ido olvidando, obras seleccionadas en mi pequeña biblioteca de mesilla de noche que renuevo cada mes. Son libros prestados que me deja mi librero de cabecera a la vez que me los recomienda. Pág. 187


La parte alta de la casas tenía una recoleta biblioteca y a los lados cuatro habitaciones, dos muy grandes con su baño incorporado y dos notablemente más pequeñas. Argenta y yo ocupamos una de las más grandes, la que lindaba al norte, mientras la situada al sur fue la alcoba de Humberto y Cobre.

No me fijé bien cuando entré en la biblioteca, pero al darme cuenta noté un estremecimiento que me hizo temblar. Pág. 251-252


Entre las dos y las seis transcurrieron cuatro infinitas horas,el tiempo paró las agujas de los relojes, ralentizó el tictac. Mi mujer, Humberto y Cobre se retiraron a descansar, yo me refugié en un sillón de la biblioteca e intenté que me invadiera ese sopor reparador que no alcanza a ser somnolencia, pero no acudió. Estaba comenzando a ponerme nervioso, impaciente y excitado hasta que llegara la hora acordada para la reunión que las pizpiretas mellizas anunciaran. Me sentí incómodo con la espera, no quería que mi mirada se detuviera en ninguno de los libros de la biblioteca. Pág. 254


El libro de Jonás. Ramón Pernas. Espasa Libros S. L. U., 2017

Aportado por Lola

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