jueves, 10 de diciembre de 2020

Regreso a Birchwood

 La biblioteca es una habitación larga y estrecha. En el extremo sur, las paredes forradas de libros polvorientos se abren con un toque jovial a la cristalera blanca que asoma al bosque, más allá del césped. Aquel día cazaban en la hierba los mirlos, y también los tordos, pequeñas criaturas frenéticas entre gritos de guerra no más grandes que ellos mismo. Pág. 14


Le enseñé las estrechas escaleras de atrás que bajaban de manera subrepticia, bajo un linóleo gastado, hasta una sombría bóveda subterránea encajada entre dos puertas, una destartalada que se abría al húmedo verdín que avanzaba palmo a palmo desde el patio trasero, y otra de cristal verde que se abría a una palmera enmacetada y a tres peldaños que conducían, voilá!, al vestíbulo principal. Examinamos las borrosas pinturas de la biblioteca, el busto de un griego ciego sin identificar, las complicadas varillas y los pomos que se utilizaban para cerrar las cristaleras. Pág. 57


Cruzó el vestíbulo y desapareció en la biblioteca, y un instante más tarde una mano invisible cerró con delicadeza la puerta de la sala. Michael carraspeó.

-¿Alguna vez has visto hacer juegos malabares?

Ni me digné contestar. El abuelo Godkin salió del comedor de manera furtiva dirigió el oído hacia la sala de estar, siguió de puntillas a papá hasta la biblioteca, y al momento salió volando y huyó a la parte de atrás de la casa. Pág. 59


Me pregunto si he cambiado. He olvidado mis oraciones, eso ya es algo. La flamante sonrisa de la tía Martha se estremeció ante mi silencio, y empezó a dar vueltas por el aula, buscando inquieta algo que pudiera interesarme. Abrió un panel deslizante de madera y encontró una biblioteca oculta. Pág. 64


Su voz me siguió dos tramos de escalera antes de desvanecerse. En la puerta de la biblioteca mamá me recibió con una especie de alarma. Pág. 66


Las finanzas de Birchwood iban menguando a la misma velocidad que el interés de papá en la granja, que de todos modos nunca había sido gran cosa. Aún puedo verle, con los dedos manchados de tinta y el cuello de la camisa abierto, el diente de oro reluciente, encorvado en su escritorio de la biblioteca bajo el charco de luz de la lámpara. Pág. 67


Papá prometió que lo repararía en pocos días, que traería a un hombre del pueblo, pero los días se convirtieron en semanas en las que estudié bajo el complejo acompañamiento del golpeteo y las salpicaduras del agua de lluvia que caía dentro de una batería de tarros de mermelada dispuestos a mi alrededor, hasta que al final tía Martha y yo nos vimos obligados a abandonar el aula para ir a la biblioteca. Pág. 67-68


La anciana salió por la puerta con el paraguas por delante, y una repentina ráfaga de viento lo atrapó y la arrastró escaleras abajo, por el césped, mientras yo me escondía en la biblioteca para evitar el inevitable y cariacontecido abrazo de mamá. Pág. 102


Le recuerdo en su butaca de la biblioteca, abriendo con cautela el periódico matinal, apartando la cara de él como si temiera que un puño pudiera salir disparado de sus páginas y atizarle en la nariz. Y luego estaba su expresión de sobrecogimiento y frustración mientras leía acerca de los últimos desastres y asesinatos. Pág. 119


En la festividad de San Gabriel Arcángel mi padre me colocó una temblorosa mano en el hombro y me llevó a la biblioteca para que mantuviéramos una pequeña charla, como él la llamó. Pág. 126


Mi padre la apartó de su camino y se dirigió tambaleándose a la biblioteca, sacudiendo los brazos como si una nube de moscas lo persiguiera. Martha se dejó caer despacio sobre la silla que había junto al perchero, se llevó las manos a la cara y se puso a llorar como nunca la había visto antes. Pág. 132


Una vez, cuando era muy pequeño, tuve una extraña experiencia. Recuerdo que estaba de pie junto a la puerta acristalada de la biblioteca, mirando el jardín lleno de mariposas y verano, que es el aspecto que siempre parecen tener los jardines cuando eres muy pequeño. Pág. 140


Michael estaba en el vestíbulo, haciendo malabares con una pelota, una pieza de construcción azul y una canica. Fui tras él, y se metió en la biblioteca agarrándose el vestido y derramando risas a su paso, y cuando llegué al umbral ya había desaparecido a través de las puertas acristaladas. Pág. 230



Regreso a Birchwood. John Banville. 2017, Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U.

Aportado por Lola

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