Recorría las calles de la ciudad, exploraba barrios donde antes nunca había puesto el pie, iba al cine si tenía dinero y, si no, me encerraba a leer en la Biblioteca Central.
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En la biblioteca de la cárcel hay un libro suyo. Precisamente de ahí saqué yo los cuentos. Si te interesa leer más cosas del mismo autor, puedes ir a la biblioteca y leerlas allí o pedir el libro prestado para leerlo en la celda. En este papel te he escrito el nombre porque cuesta de pronunciar; tú solo tienes que enseñárselo al bibliotecario y el te dará el libro. Es por si te interesa.
"Muchas gracias, señorita", dijo el recluso.
Antes de entrar en la siguiente clase, la señorita Fornillos pasó por la biblioteca, [...] Al acabar la clase le preguntó si había ido a la biblioteca.
[...]
"No te voy a a engañar: he pasado por la biblioteca y he visto la ficha: tuviste el libro un día y no me creo que lo hayas leído de caba a rabo".
[...]
"Me habré precipitado, disculpe, [...] El bibliotecario es un mendrugo. Si le viene bien, pues me hace usted una lista, cuando pueda, y así no tendré que andar molestando cada vez".
"Hombre, así, a bote pronto. no sabría. Pero si vamos juntos a la biblioteca y vemos lo que hay, podemos hacer una lsita sobre la marcha".
"Cojonudo, señorita", exclamó el presidiario.
En un mes y medio se leyó toda la biblioteca de la prisión, [...]
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Imaginó a Antolín Cabrales encerrado en la biblioteca, sudoroso y sucio, releyendo las insulsas novelas que había dejado tan atrás, y se le encogió el corazón.
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Al cabo de dos semanas preguntó por él a uno de sus nuevos alumnos y éste le dijo que Antolín Cabrales estaba a cargo de la biblioteca. La curiosidad por ver hasta dónde podía llegar la estupidez de aquel mequetrefe pudo más que su orgullo y al salir de clase fue a la biblioteca, donde solo encontró a Antolín Cabrales enfrascado en la lectura de grueso volumen. La presencia de la señorita Fornillos pareció incomodarle.
"¿Qué lees?"
"El hombre sin atributos, de Musil. Como soy el bibliotecario, me ocupo de las adquisiciones y pido lo que me interesa. [...]"
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Al año siguiente, ya avanzado el curso, la señorita Fornillos tuvo que ir a la biblioteca para hacer unas fotocopias y vio que había un nuevo bibliotecario. Preguntó por Antolín Cabrales y le informaron de que le habían concedido la condicional unos meses atrás.
EDUARDO MENDOZA; Tres vidas de santos. Seix Barral, 2009.
aportado por JMV
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