martes, 29 de agosto de 2023

La piel

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Era Europa, toda Europa, con sus catedrales, sus estatuas, sus cuadros, sus poemas, su música, sus museos, sus bibliotecas, sus batallas ganadas y perdidas, sus glorias inmortales, sus manjares, sus héroes, sus perros y sus caballos, la Europa culta, refinada, espiritual, divertida, inquietante e incomprensible.

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Fui al encuentro del general alemán y lo hice entrar en mi biblioteca. El general, observando mi uniforme de alpino, me preguntó en qué frente me encontraba.

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[...] un llamar furioso a los portones de entrada en el patio y las voces de la servidumbre tratando de dominar el clamor confuso que, poco a poco, se acercaba, crecía hasta que un grito estridente resonó en la antigua biblioteca. Abrimos la puerta y nos asomamos al umbral.

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Tranquilizadas, sea por la suave luz de los candelabros que los criados habían dispuesto sobre el zócalo de la biblioteca y sobre la mesa, sea por nuestra presencia, y más aún por la del príncipe de Candia, "o signore", como ellas lo llamaban, sea por encontrarse en aquella sala con las paredes enriquecidas por el dorado reflejo de las encuadernaciones de los libros y del dulce resplandor de los bustos de mármol alienados sobre las repisas de la biblioteca, se habían calmado un poco, [...]

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Todos en torno a ella callaban, sólo se oía el gemir ahogado de la turba andrajosa y desgreñada de mujeres asomadas a la puerta de la biblioteca, [...]

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Lo había visto en los daguerrotipos borrosos de la colección Primoli que el viejo conde Primoli me mostró un día en su biblioteca, en los cuales el general Oudinot, rodeado de un grupo de oficiales franceses de pantalón rojo, saludaba a Roma desde aquel mismo bosque de encinas y olivos donde nos encontrábamos en aquel momento.


CURZIO MALAPARTE; La piel. Círculo e Lectores, 1982

JMV

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