p. 96.- La llamábamos "la biblioteca", pero supongo que no era más que una antesala cuyas paredes estaban revestidas de estantes con libros. En el centro quedaba apenas espacio para una mesa de caoba, y era allí donde yo hacía siempre los deberes, de espaldas a la doble puerta que daba al comedor. Mei Li, mi amah, concedía a mi educación una importancia solemne, y permanecía de pie observándome severamente, y ni siquiera cuando llevábamos ya una hora cada cual con su trabajo se permitía apoyar su peso contra la estantería que había tras ella, o sentarse en la silla de respaldo recto que había enfrente de la mía. Los criados habían aprendido hacía tiempo a no interrumpir bajo ningún concepto mis deberes, e incluso mis padres aceptaban no molestarnos salvo en caso estrictamente necesario.
p. 247.- Finalmente entré por una puerta y sentí que algo tiraba con fuerza de i memoria. Me llevó varios segundos, pero por fin, con una oleada de emoción, reconocí nuestra vieja "biblioteca". Había sido drásticamente remozada: el techo era mucho más alto, una de las paredes había sido tirada para conseguir que el recinto tuviera forma de L. Y donde un día hubo unas puertas dobles que daban al comedor había ahora un tabique contra el que se apilaban más montenes de cajas de vino de arroz. Pero era, indiscutiblemente, la misma sala donde de niño casi siempre hacía mis deberes escolares.
Dos fragmentos de Cuando fuimos huérfanos, de Kazuo Ishiguro (ed. Anagrama, 2001). Aportados por Sfer
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