miércoles, 24 de octubre de 2018

Las madres negras

Recibe clases de Geografía y se imagina viajando por las líneas azuladas que marcan las fronteras de aquellos mapas tan bien dibujados que la señorita Mhyrtille le muestra en los antiguos atlas de la biblioteca. Pág. 16

No tuvo tiempo de elegir uno de los diez mil volúmenes que engrosaron la biblioteca de la mansión porque se le iban los días y las noches en recorrer pasadizos y encerrarse con llave en magníficas alcobas inexpresivas, en acurrucarse en el rincón más oscuro de aquellos cuartos de altos techos y camas siempre en perfecto estado de revista en las que la reina de paso jamás se acostaba, por miedo a que los fantasmas la sorprendieran profundamente dormida. Larah Corven no tenía tiempo para sentarse a leer un libro y si entraba en la biblioteca era para pulsar el resorte camuflado en uno de los muebles de roble y acceder a la estancia contigua. Pág. 83

Salió en busca de los barreños de agua caliente y los paños que iban a necesitar para adecentar la biblioteca. Regresaba en cuanto podía. Se acercaba de puntillas a la biblioteca muy temprano y así descubrió que en todos los volúmenes aparecían las mismas secuencias repetidas una y otra vez. Pág. 87-88

Porque para Tilda la biblioteca era un camino y un paraíso, un sendero que la llevaba hacia el lugar al que quería dirigirse desde niña, cuando aún no sabía que existía en alguna parte un refugio como aquel en el que nunca acertó a esconderse de Larah Corven. Pág. 88-89

Pero Tilda también fue la guerrera de su biblioteca. Amaba tanto la sombría paz de aquella sala inmensa, el tesoro que albergaba cada hilera de libros, que el día que descubrió, casi por azar, la secreta invasión que estaba sufriendo se apoderó de ella una ira desconocida, como la que seguramente se adueña de los defensores de una causa justa cuando les sale al paso el primer cadáver abandonado en el camino por sus enemigos. Pág. 89

Encontró en él un rastro idéntico, la misma gruta cavada por el pececillo para depositar sus huevos, para vencer con un ejército de los suyos la sabiduría que llevaba tanto tiempo olvidada en aquella biblioteca recién descubierta. Pág. 90-91

A los pececillos les gusta horadar la piel dura de la patata, talar la carne amarillenta de falsa manzana, vivir dentro de ella. Así logró Tilda salvar la biblioteca, disuadiendo a aquel escuadrón casi transparente de habitar en el papel de los libros que se habían convertido en el único amor de su vida. Pág. 91

Fue entonces, en el séptimo día, cuando reparó en la puerta de roble de doble hoja de la biblioteca. Y tembló, porque supo que Dios iba a decirle algo al respecto de sus amados libros. Pág. 111

Las monjas que supieran leer y escribir quedarían al cuidado de la copia de libros piadosos, en los años siguientes, para repoblar las baldas infinitas de la biblioteca del orfanato. Pág. 112

Nadie descubriría adónde había ido a parar la pobre Tilda, que ya no se llamaba Tilda, sino simplemente hermana 2, adónde se había fugado tras el expurgo de su biblioteca. Nadie sabría que estaba entretenida mirando una eternidad de agua oscura, con el rostro cómicamente perplejo que tienen todos los muertos. Pág. 113

Las madres negras. Patricia Esteban Erlés. Galaxia Gutenberg, S. L., 2018. Aportado por Lola o 24 de outubro, día das bibliotecas

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