martes, 23 de abril de 2019

Oeste

Como ves, Elmer, he estado examinando algunos mapas. No es que haya muchos, pero uno o dos sí hay. En esa biblioteca de pago que tienen en Lewistown hay uno antiguo, hecho por alguien llamado Nicolas King, y otro, no tan viejo por el señor David Thompson, de la Compañía Británica del Noroeste, pero ambos están llenos de huecos, espacios vacíos y signos de interrogación. Pág. 18

Un mes más tarde Bess le preguntó a su tía Julie si podían ir a la biblioteca para leer los enormes diarios de la expedición del presidente y ver el camino hacia el oeste que había tomado su padre, pero la tía Julie se limitó a mirarla con una suerte de irritada sorpresa. Pág. 37

Los rumores acerca de Cy Bellman habían empezado a circular tan pronto éste visitó la biblioteca e insinuó la naturaleza de sus planes al nuevo bibliotecario. Pág. 45-46

Había sabido de sus indagaciones en la biblioteca, le habían llegado algunos rumores y cotilleos, pero Cy no había sacado el tema a relucir y ella prefería guardar silencio, convencida de que toda aquella historia iría olvidándose con el paso del tiempo hasta quedar en nada. Pág. 46

Por las tardes se sentaba en el porche y contemplaba el sendero de piedra que llevaba al oeste, y un día en que tía Julie había ido a llevar una torta de semillas de alcaravea a una vecina que tenía la cadera rota, Bess acudió a la biblioteca de Lewistown ... Pág. 56

Volvió el invierno, y ella imaginó a su padre regresando a casa cubierto por una espesa piel afelpada lo bastante grande como para alfombrar todo el suelo de la casa y calentarles los pies, gente como su tía Julie y Sidney Lott y aquel obeso bibliotecario de las gafas querrían tener una parecida. Pág. 58

Se había visto completamente incapaz de explicárselo a nadie, ni a Julie, ni a Elmer, ni siquiera al nuevo bibliotecario que le había ayudado a encontrar los mapas y los diarios. Pág. 83

Con todo, no podía evitar pensar en lo fantástico que sería escribir al periódico cuando regresara a casa y sentarse ante Julie y Elmer Jackson, y Gardiner y Helen Lott, y quizá Philip Wallace, el maestro de escuela, y el servicial bibliotecario cuyo nombre no era capaz de recordar, y por supuesto Bess, y contarles todo acerca de las bestias que habría encontrado y visto con sus propios ojos. Pág. 91

A veces, la viuda del herrero la veía remolonear en la escalera que daba a la biblioteca. Pá. 101

Cierto día Bess está sentada en la escalera de la biblioteca de pago de Lewistown aguardando a que concluya la reunión que su tía Julie mantiene con Helen Lott y el pastor para hablar de la nueva ventana que tendrá la iglesia.
Cuando levanta la vista, ahí está el hombre del chaleco amarillo y las gafas de la última vez, diciéndole que si tuviera la bondad de pasar él no le reclamará los nueve chelines que cuesta la suscripción, pues tal cosa depende de él.
Gracias -dice Bess, y entra en la biblioteca.
El bibliotecario le muestra los enormes tomos de la expedición del presidente y la acompaña a una silla y una mesa. Pág. 107

Así que Bess se queda muy quieta y no se aparta, ni siquiera un centímetro, por si el bibliotecario considera que está siendo grosera y le arranca el libro de las manos. Pág. 108

Finalmente regresa a la amplia mesa que tiene en el pasillo junto a las puertas de entrada y Bess puede permanecer tranquila en la sala de lectura de la biblioteca. Pág. 108-109

Cuando se marcha -tía Julie habrá terminado ya estará enfilando sus pasos desde la casa de los Lott hasta la biblioteca- el hombre le pregunta si le ha gustado el nuevo libro. Pág. 109-110

Después de lo de hoy y el bibliotecario, Bess está segura de que Elmer Jackson no va a tardar mucho en tratar de ponerle una mano en el trasero.
Se vuelve temerosa, asustadiza. Le resulta más difícil disfrutar del mundo, se siente más inquieta y miedosa. Pág. 110

Mientras tanto en Lewistown aquel verano el bibliotecario recibió cuatro nuevas lámparas de metal con pantallas de cristal verde para la sala de lecturas. Pág. 128

A menudo veía a la niña a través de los ventanales de la biblioteca junto a su estirada tía y aquel desaseado ayudante que parecía acompañarlas con más y más frecuencia esos días cada vez que acudían al pueblo. Pág. 128

Pensó que, tras lo ocurrido la última vez, no era muy probable que la chica regresara a la biblioteca. Pág. 129

Pensaba en el camino que daba al pueblo. La breve calle principal, con sus tiendas y tabernas, el local de Carter y la biblioteca, la iglesia y la casa del pastor. Pág. 133

Desde lo del bibliotecario, Bess había ido sintiendo más y más miedo hacia Elmer Jackson, y no estaba segura de lo que podía ocurrir ahora que le veía acercarse, pero creía saber desde hacía mucho que tarde o temprano algo ocurriría, sólo era cuestión de tiempo. Pág. 173

Toda mi gratitud al Centro Dorthy y Lewis B. Cullman para Escritores y Estudiosos de la Biblioteca Pública de Nueva York por la beca 2016/2017, que tan importante me fue para escribir este libro. Gracias a Jean Strouse y al maravilloso equipo que tiene allí, y a sus conservadores y bibliotecarios. Pág. 189

Oeste. Carys Davies. Editorial Planeta, S. A., 2018. Aportado por Lola

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