Como ves, Elmer, he estado examinando algunos
mapas. No es que haya muchos, pero uno o dos sí hay. En esa biblioteca
de pago que tienen en Lewistown hay uno antiguo, hecho por alguien
llamado Nicolas King, y otro, no tan viejo por el señor
David Thompson, de la Compañía Británica del Noroeste, pero ambos están
llenos de huecos, espacios vacíos y signos de interrogación. Pág. 18
Un mes más tarde Bess le preguntó a su tía Julie
si podían ir a la biblioteca para leer los enormes diarios de la
expedición del presidente y ver el camino hacia el oeste que había
tomado su padre, pero la tía Julie se limitó a mirarla
con una suerte de irritada sorpresa. Pág. 37
Los rumores acerca de Cy Bellman habían empezado a
circular tan pronto éste visitó la biblioteca e insinuó la naturaleza
de sus planes al nuevo bibliotecario. Pág. 45-46
Había sabido de sus indagaciones en la biblioteca,
le habían llegado algunos rumores y cotilleos, pero Cy no había sacado
el tema a relucir y ella prefería guardar silencio, convencida de que
toda aquella historia iría olvidándose con
el paso del tiempo hasta quedar en nada. Pág. 46
Por las tardes se sentaba en el porche y
contemplaba el sendero de piedra que llevaba al oeste, y un día en que
tía Julie había ido a llevar una torta de semillas de alcaravea a una
vecina que tenía la cadera rota, Bess acudió a la biblioteca
de Lewistown ... Pág. 56
Volvió el invierno, y ella imaginó a su padre
regresando a casa cubierto por una espesa piel afelpada lo bastante
grande como para alfombrar todo el suelo de la casa y calentarles los
pies, gente como su tía Julie y Sidney Lott y aquel
obeso bibliotecario de las gafas querrían tener una parecida. Pág. 58
Se había visto completamente incapaz de
explicárselo a nadie, ni a Julie, ni a Elmer, ni siquiera al nuevo
bibliotecario que le había ayudado a encontrar los mapas y los diarios.
Pág. 83
Con todo, no podía evitar pensar en lo fantástico
que sería escribir al periódico cuando regresara a casa y sentarse ante
Julie y Elmer Jackson, y Gardiner y Helen Lott, y quizá Philip Wallace,
el maestro de escuela, y el servicial bibliotecario
cuyo nombre no era capaz de recordar, y por supuesto Bess, y contarles
todo acerca de las bestias que habría encontrado y visto con sus propios
ojos. Pág. 91
A veces, la viuda del herrero la veía remolonear en la escalera que daba a la biblioteca. Pá. 101
Cierto día Bess está sentada en la escalera de la
biblioteca de pago de Lewistown aguardando a que concluya la reunión que
su tía Julie mantiene con Helen Lott y el pastor para hablar de la
nueva ventana que tendrá la iglesia.
Cuando levanta la vista, ahí está el hombre del
chaleco amarillo y las gafas de la última vez, diciéndole que si tuviera
la bondad de pasar él no le reclamará los nueve chelines que cuesta la
suscripción, pues tal cosa depende de él.
Gracias -dice Bess, y entra en la biblioteca.
El bibliotecario le muestra los enormes tomos de la expedición del presidente y la acompaña a una silla y una mesa. Pág. 107
Así que Bess se queda muy quieta y no se aparta,
ni siquiera un centímetro, por si el bibliotecario considera que está
siendo grosera y le arranca el libro de las manos. Pág. 108
Finalmente regresa a la amplia mesa que tiene en
el pasillo junto a las puertas de entrada y Bess puede permanecer
tranquila en la sala de lectura de la biblioteca. Pág. 108-109
Cuando se marcha -tía Julie habrá terminado ya
estará enfilando sus pasos desde la casa de los Lott hasta la
biblioteca- el hombre le pregunta si le ha gustado el nuevo libro. Pág.
109-110
Después de lo de hoy y el bibliotecario, Bess está
segura de que Elmer Jackson no va a tardar mucho en tratar de ponerle
una mano en el trasero.
Se vuelve temerosa, asustadiza. Le resulta más difícil disfrutar del mundo, se siente más inquieta y miedosa. Pág. 110
Mientras tanto en Lewistown aquel verano el
bibliotecario recibió cuatro nuevas lámparas de metal con pantallas de
cristal verde para la sala de lecturas. Pág. 128
A menudo veía a la niña a través de los ventanales
de la biblioteca junto a su estirada tía y aquel desaseado ayudante que
parecía acompañarlas con más y más frecuencia esos días cada vez que
acudían al pueblo. Pág. 128
Pensó que, tras lo ocurrido la última vez, no era muy probable que la chica regresara a la biblioteca. Pág. 129
Pensaba en el camino que daba al pueblo. La breve
calle principal, con sus tiendas y tabernas, el local de Carter y la
biblioteca, la iglesia y la casa del pastor. Pág. 133
Desde lo del bibliotecario, Bess había ido
sintiendo más y más miedo hacia Elmer Jackson, y no estaba segura de lo
que podía ocurrir ahora que le veía acercarse, pero creía saber desde
hacía mucho que tarde o temprano algo ocurriría, sólo
era cuestión de tiempo. Pág. 173
Toda mi gratitud al Centro Dorthy y Lewis B.
Cullman para Escritores y Estudiosos de la Biblioteca Pública de Nueva
York por la beca 2016/2017, que tan importante me fue para escribir este
libro. Gracias a Jean Strouse y al maravilloso
equipo que tiene allí, y a sus conservadores y bibliotecarios. Pág. 189
Oeste. Carys Davies. Editorial Planeta, S. A., 2018. Aportado por Lola
Todo o libro.
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