lunes, 10 de junio de 2019

Los lobos de Praga

Estaba el Atalanta fugiens, de Michael Maier; uno de los incontables tratados de medicina de Galeno, y por último, aunque no fuese ni mucho menos el de menor importancia, el famoso Monashieroglyphica, del inglés John Dee, en la bella primera edición que Willen Silvius imprimió en Amberes, un ejemplar que yo había ambicionado amarga y secretamente mucho tiempo en la biblioteca Gottfried de la Universidad de Wurzburgo. Pág. 47

Sacaba libros, textos vulgares y obscenos de Aretino y otros semejantes, de la bien provista biblioteca de Rodolfo y me pedía que se los leyera en voz alta mientras ella yacía a mi lado con las faldas arremangadas y se daba placer perezosamente. Pág. 182

Era un inocente, a su manera. Hemos oído que está pasando una mala racha, en Inglaterra, aunque se dice que aún goza del favor de la reina, que no deja que pase hambre. La turba desvalijó su casa de Mortlake y quemó su biblioteca cuando alguien dijo que era un nigromante. ¿Ah, sí, pobre Dee! Pág. 208

No mucho -replicó-, para seros sincero. Algunos libros discutíbles prestados de la biblioteca privada del emperador; muy salaces, Herr Doktor, También es notable una fusta de cuero que me da la impresión de que jamás ha golpeado las ancas de ningún caballo. Pág. 304

Los lobos de Praga. Benjamin Black. 2019, Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U. Aportado por Lola

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