Una biblioteca de verano. Pág. 9
Ya había sobrevivido al ataque del submarino alemán que asesinó a mis padres y había pasado días de ceguera y miedo en un hospital sin nombre.
Días de llanto.
Luego llegué a D., me instalé en La Bienhereuse y me convertí en bibliotecaria por unos meses. Pág. 13
Los libros, sus libros. La antigua biblioteca había sido destruida por los alemanes. Como el viejo ayuntamiento de aire italiano -"bonapartista", decía con sorna Tourne-, levantado sobre las ruinas de un viejo caserón burgués y ahora convertido en una cuadra para los dos caballas del señor Pitou. Pág. 18
Decidí que sería la bibliotecaria de D. durante aquel verano, serían sólo unas semanas. Pág. 23
Cuando yo ya estuviera en París, llegarían, según el Alcalde, diecisiete cajones, ni uno más, ni uno menos, llenos de libros: la "verdadera" biblioteca. Pág. 24
-La primera ficha de esta biblioteca de verano irá a su nombre, ha de dar ejemplo, ¿no le parece? Historia de dos ciudades, de Charles Dickens. No hay comienzo más hermoso que sus primeras páginas, ni final más justo que las últimas. Pág. 24
Al acabar aquellas jornadas me pregunté por vez primera: ¿solo quedaban los libros de la biblioteca de mi tío en todo el pueblo?
Era imposible. Pág. 28
Howard B. tenía una letra bonita, algo femenina: en la última página del libro listaba sus escritores favoritos, cuyos libros busqué al día siguiente en la biblioteca de mi tío: estaban todos allí.
Stephen Crane, Mark Twain, las hermanas Bronte, Williams Wordsworth.
Maggie: una chica de la calle fue el libro de Crane que encontré en la biblioteca de mi tío. Pág. 29-30
Los dos cañones de aquella batería habían destruido, precisamente, el ayuntamiento y la contigua biblioteca de D. Pág. 31-32
Pasé a limpio esta lista adjetivada para que Suzanne se la pasara al empecinado Alcalde: se trataba de los autores franceses con más obras en la biblioteca de mi tío y de sus favoritos en inglés. Pág. 33
Suzanne se llevó mi lista -la biblioteca entera- para hacer varias copias con su máquina de escribir y papel de calco. Pág. 34
No tenía tiempo ya, ni fuerzas, para pintar las paredes de la nueva "biblioteca popular" así que las despojamos de telarañas y colgué unos cuantos dibujos que el tío Marcel tenía arrumbados tras la puerta de su biblioteca: viejos cartelones de anatomía, afiches de películas de la época del cine mudo... Pág. 38
"Se encontraba mi cuna junto a la biblioteca,/Babel sombría, donde novela, ciencia, fábula,/Todo, ya polvo griego, ya ceniza latina / Se confundía." Pág. 39
Al final de la tarde de aquel primer día habían pasado por nuestra improvisada biblioteca cuatro personas. Pág. 42
Bastaría con abrir la biblioteca tres días a la semana: lunes,miércoles y viernes. Pág. 44
Dos grandes litografías coloreadas. Una junto a la otra colgaban cerca de la entrada del cobertizo-biblioteca. Litografía Valla, 1897. Pág. 46
La segunda "clienta" de la nueva biblioteca fui yo misma. Hacía tiempo que sentía deseos de leer alguna obra de la neozelandesa Katherine Mansfield. Pág. 55
No quería dejarme llevar por las sombras, por el recuerdo de la muerte. Traté de pensar en algo alegre. Traté de recordar cuánto me había reconfortado cada conversación de aquel mes en que había ejercido como bibliotecaria -¡un mes ya!-. Pág. 56
A lo largo de los siguientes días pregunté a todos los que se acercaban a nuestra biblioteca por aquella enfermera. Pág. 59
Durante aquellos días, interrogados ya todos mis visitantes acerca de Ann la Innombrable, la de bibliotecaria se volvió una tarea menos excitante que la de detective. Pág. 61
Estaba tan embebida en mis notas a partir de los escritos de Hazlitt que respondí con un apresurado "Si, aquí es, ¿no ha visto esa inscripción a la entrada?" cuando alguien abrió la puerta del cobertizo-biblioteca -ahora también mi estudio- y preguntó en ingles por La Bienhereuse. Pág. 68
La despedida, al contrario de lo que pudiera pensarse, no fue triste. "Será la primera y la última", nos dijimos.
Con aquella promesa volví a D. y a la improvisada biblioteca de la Bienhereuse. Pág. 81
Añadí unos párrafos del poeta Paúl Valéry: fragmentos que me explicaban a mí misma mi estado de ánimo: exaltación, ansiedad, miedo... y, finalmente, calma. Como Robinson "tiempo después" de llegar a la isla. Esperando a Saul entre los lectores de mi biblioteca -al fin la llamaba así: ya no era la de mi tío Marcel. Pág. 82
No sólo luchaba, no sólo luché, contra el pasado, sino también contra las miserias que habría de encontrar de nuevo antes o después: en el orfelinato en el que comencé a colaborar con Fanny; en la biblioteca del Barón Sch..., dedicada a los grandes músicos de todos los tiempos. Pág. 147
Al acabar este pasaje, el Librero se levantó casi de un salto, apuró, ya de pie, su copa, se sirvió otra hasta la mitad, miró a los ojos a la Princesa, luego a mí, alzó su copa, brindó con una frase suya que podría haber sido de De Bastide y se despidió argumentando que tenía mucho trabajo y debía visitar a una anciana para comprarle la biblioteca de su marido. Pág. 188
¿Fueron sus manos las que ordenaron aquella biblioteca que yo antes no le había conocido? ¿De dónde procedían tantos volúmenes? No habían pertenecido, de eso estaba segura ahora, al Librero, sino que su cúmulo venía de otro lugar o de otro tiempo. Pág. 219
Jéan François de Bastide publicó el relato La casita en el famoso Le Nouveau Spectateur, en 1758, pero más tarde le cambió el final y lo difundió en folletos y antologías, para incluirlo, muy pronto, junto a sus otros cuentos y, por último, en su hoy olvidada Bibliothéque universelle des romans. Pág. 221
El librero, vestido a la manera tradicional, ya que pensaba asistir esa misma noche a una fiesta, según nos contó, dijo que aquella Biblia había pertenecido a los descendientes de Ensinger, primer maestro de obras de la Catedral, pero que nadie había podido garantizar su autenticidad, pues faltaban varias de sus páginas al comienzo y al final del volumen. Por eso estaba allí y no en una de las buenas bibliotecas públicas o privadas de la ciudad, o de Zurich o de Basilea. Pág. 261-262
Cuando asedien tu faz cuarenta inviernos. Mary Ann Clark Bremer. Editorial Periférica, 2015. Aportado por Lola
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