martes, 4 de febrero de 2020

Tyll

Por entonces todavía no sabía leer, pero eso se lo enseño después un sacerdote de Augsburgo al que le curó el reuma, y cuando continuó su camino también se llevó tres libros de la biblioteca del sacerdote. Pesaban lo suyo todos aquellos libros: una docena de ellos en un saco era como cargar plomo. Pronto comprendió que, o dejaba los libros o tenía que establecerse en algún lugar, a ser posible alejado de las grandes vías de tránsito, pues lo libros son caros y no todos los dueños se habian desprendido de ellos voluntariamente, así que, con mala suerte, aún podía presentarse un día Hüntter en su puerta, echarle una maldición y reclamarle lo que era de su propiedad. Pág. 56-57

Lo de "una noche" tampoco es exacto, porque en realidad permanecieron allí un mes. El prior del monasterio de Melk era tío suyo, con lo cual comían de maravilla y dormían bien. Karl von Doder, que siempre se había interesado por la alquimia, pasó muchos días en la biblioteca, inmerso en la lectura de un libro del universal sabio Athanasius Kircher; los dragones jugaban a las cartas con los hermanos de san Benito, y el orondo conde desarrolló contra su tío unas partidas de ajedrez de una perfección tan sublime que en su vida sería capaz de igualarla; más adelante, casi llegaría a pensar que fueron los acontecimientos posteriores los que eclipsaron su don para el ajedrez. Pág. 145

Cuando el orondo conde se lo comentó a Karl von Doder, este no quiso más que hablar del libro que había estado estudiando en la biblioteca del convento: As magna lucis et umbrae... (El gran arte de la luz y la sombra). Si es que le entra a uno vértigo de asomarse a semejante pozo de sabiduría; ah no, él tampoco tenía ni la menor idea de dónde estaba toda la gente joven, pero si el señor conde le permitía expresar una conjetura, diría que todos aquellos que aún tenían pies para correr se habían marchado corriendo del lugar. Pág. 146

La geografía nunca había sido lo suyo. En la biblioteca de su padre había varios volúmenes de la Topographia Germaniae de Matthäus Merian, y en varias ocasiones se había horrorizado al hojearlos. ¿Para qué aprenderse todo eso? ¿Para qué saber dónde estaban todos esos lugares, cuando uno podía quedarse en el centro, en el corazón del mundo, en Viena? Pág. 164

Kircher aún recordaba todo perfectamente: la habitación de Viena, el vejestorio de Tesimond enrollado en su manta. Se limitó a farfullar algo incomprensible, fingiendo no entender a Kircher, quien en vista de la cual tuvo que marcharse sin su bendición a Roma, donde fue recibido por los colaboradores de la gran biblioteca... quienes también habrían de subestimarlo. Pág. 282

Tyll. Daniel Kehlmann. 2019, Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U. Aportado por Lola

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