lunes, 16 de marzo de 2020

El asesino tímido

Mi madre tenía la costumbre -que mantuvo hasta su muerte- de llamar por teléfono después de cenar, era su "hora de llamadas"; se sentaba a la mesa del teléfono, en la biblioteca de nuestra casa, con una copa de vino tinto, un cigarro humeando en el cenicero, abría su agenda de contactos y se ponía a llamar con método y sin descanso a diversos miembros de su familia y a sus amigas, de 10 a 11,30 de la noche el teléfono de mi casa siempre comunicaba. Pág. 60

Yo entraba cada poco en la biblioteca, la miraba con odio, me retorcía las manos, por su culpa iba a perderme una conversación, tal vez crucial con el hombre de mi vida. Pág. 60

No podía decirle eso, aún la hubiera irritado más. Pero la culpa era suya, en cierto modo; mi madre era una lectora voraz y me había contagiado su entusiasmo, en nuestra casa había una buena biblioteca y ella nunca me prohibió leer ningún libro, todo lo más, cuando era niña, me decía al reparar en el volumen que yo había escogido, "no te gustará". Pág. 133
Cuando yo salía de mi cuarto, descalza, en la madrugada, desesperada porque el sueño se me resistía, me la encontraba sentada a la mesa de la biblioteca, con un cigarrillo y un libro, esperándome, padeciendo por mí, guardándome vigilia, aunque ella ya no sabía qué hacer para ayudarme y tampoco mis hermanos y mis padres, mi familia había llegado a la triste conclusión de que yo era un caso perdido y que nunca volvería a estar cuerda. Pág. 217

Para entonces, nosotros, su familia, estábamos empeñados en una tarea imposible: conseguir que dejara el tabaco y el alcohol, obligarla a llevar una vida sana (fumaba a hurtadillas, como yo de niña, y escondía copas de vino en los armarios y detrás de los libros, en las estanterías de la biblioteca). Pág. 225

El asesino tímido. Clara Usón. Seix Barral, sello editorial de Ediciones Planeta, S. A., 2018. Aportado por Lola

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