martes, 21 de abril de 2020

Tu nombre envenena mis sueños

Nos introdujo en una gran sala con dos niveles de altura: la parte superior del comedor estaba colocada en un plano ligeramente superior al de la chimenea, que, por cierto, estaba encendida a pesar de que eran las diez de la mañana. Una estancia agradable con una biblioteca de obra llena de libros. Un gran ventanal daba a la parte trasera del jardin. Éste, enorme y umbrío estaba muy cuidado, con abundantes chopos y encinas. Los rosales pelados y lo gris del día daban un aire triste a la mañana. Al fondo del jardín, había un pequeño edificio tipo "bungalow". Pág. 23-24

Nos abrió el mismo tipo estirado de la otra vez. Nos hizo pasar a un salón lleno de libros. "Los señores tendrán la amabilidad de acompañarme a la biblioteca". Nos había dicho el estirado.
La estancia no era muy grande, pero allí estaba toda la familia. Don Enrique Buendía tenía porte de señor, aspecto de quien manda. Pág. 35-36

Mistress Goodday, desde este mirador el rey constructor de esta maravilla, la octava del mundo, se entretenía en ver crecer día tras día el segundo templo de Salomón. ¿Puede usted imaginar por un momento, mi querida señora, lo lenta e inexorablemente que debió parecer en la falda del monte este monasterio, palacio, ciudadela, catedral y biblioteca? No, ¿verdad? Pues ha de saber usted que tardó unos veinte años en concluirse y casi cuatro en iniciarse. Pág. 129

Me había pasado la noche casi en vela preparando una lección sobre Carlos III. El hecho de ser mujer, pensé y no me equivoqué, tendría el morbo de perseguir mis presuntas equivocaciones. Disimular mis nervios y acertar con la memoria no fue tarea fácil. Con el tiempo conseguí cierta soltura y, a decir verdad, nunca me ocurrió incidente alguno, aunque en el tiempo que seguí dando clases (prácticamente hasta el inicio de la guerra), tan agitado, menudearon en la Universidad los episodios desagradables y violentos. Terminada la clase, solía pasar a la biblioteca, para luego, dar un paseo por la Gran Vía. Pág. 196

Aunque al principio los tres me trataban con amabilidad, no exenta de guiños pre-eróticos, en los que competían sin apenas recato, fueron creando un frente de firmeza franquista dentro de casa en el cual mi madre ejercía de gran matrona y del que, naturalmente, yo estaba excluida. Su pasatiempo preferido era el juego de naipes en el cual implicaron primero a mi hermano y luego a mi madre. En los largos meses que duró la guerra, ni una vez les vi echar mano de libro alguno en la variada biblioteca que allí había. Pág. 200

Tu nombre envenena mis sueños. Joaquín Leguina. Plaza & Janes Editores, S. A. 1992. Aportado por Lola

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