El libro procedía de la biblioteca de los propios jesuitas en el antiguo convento, ahora Hogar de los Niños Perdidos.
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El padre Alfonso y el padre Octavio creían haber expurgado la biblioteca jesuita del material de lectura menos pertinente y más sedicioso, pero el joven lector del vertedero había rescatado muchos libros peligrosos de los fuegos eternos del basurero.
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Como Rivera había dejado puesta la marcha atrás, aplastó el pie a Juan Diego al retroceder; como el retrovisor lateral estaba roto, los niños de la basura dormían ahora en una pequeña biblioteca, una antigua sala de lectura, en el orfanato jesuita.
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-¿Dónde lee eso el muchacho, Pepe? -preguntaba repetidamente Edward Bonshaw.
-En nuestra biblioteca de Niños Perdidos -constestaba el hermano Pepe- ¿Acaso debemos impedirle que lea? Queremos que lea, ¿o no?
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-¿Estás diciéndome, Pepe, que el muchacho ha aprendido a poner en tela de juicio la autoridad sexual de un clérigo célibe a partir de nuestra biblioteca de la misión? -preguntó el señor Eduardo al hermano Pepe.
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Mientras oía de forma inexacta la no conversación de Lupe con Rivera, Juan Diego se acordó de cuando estudiaba literatura con Edward Bonshaw en una de las salas de lectura insonorizadas de la biblioteca de Niños Perdidos.
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Parecía conocer la habitación; es decir, había pedido esa expresamente. Era una próxima a la biblioteca, en la primera planta del edificio principal; o bien se había alojado antes en el Encantador, o bien dio por supuesto que una habitación próxima a la biblioteca sería silenciosa.
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Y si Miriam era la huésped no invitada de la habitación de la primera planta próxima a la biblioteca de Encantador, el comprimido de Viagra que Juan Diego llevaba en el bolsillo delantero derecho del pantalón sería su segundo talismán.
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Cuando se encaminó hacia la escalera que llevaba a la biblioteca, su cojera atrajo a una docena de niños; tendrían cinco años, o poco más, como Pedro.
-Es el geco gande del cuadro de la biblioteca. ¡Ha salido de detrás del cuadro! -dijo Pedro
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No era consciente de que varios adultos lo seguían también escalera arriba hacia la biblioteca.
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-¡Mire! -dijo Pedro y señaló un cuadro grande; colgaba sobre un sofá de aspecto cómodo en la biblioteca del Encantador.
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Se encontraban en la biblioteca de la primera planta, atentos al cuadro de san Ignacio de Loyola, a la espera de que apareciese el geco gigante, pero ese geco nunca volvió a dejarse ver.
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Clark French montaba guardia por iniciativa propia en la escalera que subía a la biblioteca de la primera planta.
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Clark y Juan Diego vieron a la mujer de Clark, la doctora Josefa Quintana; bajaba por la escalera de la biblioteca de la primera planta e iba con el forense.
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Como no era de extrañar, la biblioteca de literatura en lengua inglesa de Niños Perdidos era limitada y, por regla general, no había nada más reciente que los modelos formales del siglo XIX, que incluían las novelas que el padre Alfonso y el padre Octavio habían destinado a la destrucción en los fuegos eternos del basurero y aquellas novelas esenciales que el hermano Pepe o Edward Bonshaw habían salvado para la pequeña colección de literatura de la biblioteca.
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Avenida de los Misterios; John Irving. Busquets Editores. 2016. Aportado por JMV
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