martes, 29 de septiembre de 2020

El placer de matar a una madre

-Quisiera hacer una pequeña biblioteca. Solo necesito unas estanterías. Le podría pedir a mi tía que me trajera algunos de mis libros.

-No creo que eso sea un problema. Quizás podamos conseguir algún presupuesto para los estantes. Si quiere, y mismo puedo acercarme a su casa para recoger algunos de sus libros. ¿Tiene muchos? Pag. 227

El dormitorio de Isabel, para mi sorpresa, estaba repleto de estanterías. Me acerqué para tomar un par de libros y me encontré con autores como Benjamín, Calvino, Sartre, Jean Genet, Lowry, Pavese, Miguel Hernández, Luis Cernuda, y Lorca, entre otros. La curiosidad intelectual de Isabel era bastante excepcional. Su biblioteca era envidiable. Pensé que no sería fácil conseguir esos libros. Antes de verlos allí habría dicho que algunos eran imposibles de encontrar en esa ciudad y probablemente en este país, por lo menos, por medios normales. Pag. 233

En lugar de almorzar en el bar de siempre, decidí ir a comer a la casa de mis padres. Tenía ganas de ver a mi hermana menor. Charlar con ella un rato siempre me animaba. Además, tanto mi madre como ella se ponían muy contentas cuando me tomaba un rato para pasar por la casa. También quería pedirle a mi madre algunas novelas de las que solía leer para la biblioteca que estábamos montando para las pacientes. El nivel de lectura de la mayoría era bastante pobre; muchas, después de dejar la escuela, no habían vuelto a leer nada o casi nada. Pag. 253

-He visto su biblioteca. He hablado con Juan y con su padre. Quizás empezó siendo una niña de un barrio modesto con una educación limitada. Pero hoy en día ya no lo es, aunque desee serlo para protegerse de su nueva realidad. Tal vez no sabía nada de lo ocurrido, pero poco a poco lo fue descubriendo y prefirió cerrar los ojos a la verdad. -Silencio-. Muy bien, ¿Y esos libros de donde los sacó? Pag. 266

Ya no me importaba su actitud. Necesitaba saber cómo se encontraba Isabel. Verla. Mi frustración me produjo un ataque de cólera que me costó contener. Seguí discutiendo inutilmente. Sabía que no iba a conseguir nada hasta que me despedí. Necesitaba marcharme de aquella oficina antes de perder los estribos. Desolado. Sentía la angustia de la pérdida. Me dirigí a la habitación de Isabel, Estaba vacía. Ya habían sacado la cama y las bibliotecas. En unas horas habían borrado dos años de mi vida. Traté de preguntar a otros médicos y enfermeras. Nadie sabía nada. Ahora se escondían detrás de la ética y de la legalidad. Fue en ese momento que supe que ya no podía seguir teniendo nada que ver con ese hospital. Aceptar. Callar. La sumisión cultural como modo de vida. ¡Qué fácil es percibir el acatamiento político y qué difícil percibir la sumisión cultural! Pero eso solo lo sabría luego. Pag. 374

López Luaces, M. (2019). El placer de matar a una madre. Barcelona: Ediciones B.

Aportado por Lola

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