martes, 6 de octubre de 2020

El mundo de ayer: memorias de un europeo

Cuando, por ejemplo, hablábamos de Nietzsche, aún proscrito en aquella época, de repente, uno de nosotros prorrumpía con superioridad afectada: "Pero en la idea del egotismo Kierkegaard lo supera", y en seguida nos poníamos nerviosos. "¿Quién es ese Kierkegaard que X conoce y nosotros no?" Al día siguiente corríamos a la biblioteca para descubrir los libros del filósofo danés olvidado, pues ignorar algo extraño que otro conocía constituía para nosotros un descrédito. Pax. 65

Nosotros, unos jóvenes completamente inmersos en nuestras ambiciones literarias, reparábamos poco en los peligrosos cambios que se producían en nuestra patria: tan sólo teníamos ojos para libros y cuadros. No mostrábamos ni el más remoto interés por los problemas políticos y sociales: ¿Qué significaban para nuestras vidas aquellas trifulcas a gritos? La ciudad hervía durante las elecciones y nosotros íbamos a la biblioteca. Las masas se levantaban y nosotros escribíamos versos y discutíamos de poesía. Pax. 97

La simple visión de aquellas rudas bandas militarizadas y sus caras cortadas, insolentemente provocadoras, me quitó las ganas de visitar los espacios universitarios: también otros estudiantes, deseosos de aprender de veras, evitaban el paraninfo para ir a la biblioteca y preferían entrar por la poco vistosa puerta trasera y así evitar cualquier encuentro con aquellos tristes héroes, Pax. 131

La gran consideración hacia la labor intelectual, que en Francia iba desde las posiciones inferiores hasta las más altas, había generado desde mucho tiempo atrás el sabio método de otorgar sinecuras discretas a poetas y escritores que no podían vivir de los beneficios de su trabajo; por ejemplo, los nombraban bibliotecarios del ministerio de Marina o del Senado. Esto les proporcionaba un pequeño sueldo y muy poco trabajo, porque los senadores pocas veces pedían libros y así el afortunado poseedor de semejante prebenda podía escribir versos con comodidad y tranquilidad durante su jornada laboral en el elegante palacio del Senado y con los jardines de Luxemburgo delante de la ventana, sin tener que pensar en los honorarios. Pax. 179

Durante los años posteriores a la escuela se me había ido acumulando una pequeña biblioteca: libros, cuadros y recuerdos; los manuscritos empezaban a apilarse en voluminosos paquetes y a la larga se me hizo imposible ir por el mundo arrastrando constantemente las maletas llenas de aquella bienamada carga, Pax. 210

En todo se notaba cómo la riqueza crecía y se propagaba; incluso los escritores lo notábamos en las tiradas que, en un solo período de diez años se multiplicaban por tres, por cinco y por diez. Por doquier surgían nuevos teatros, bibliotecas y museos. Pax 249

En el catálogo de la Biblioteca Nacional encontré una docena de obras sobre música antigua y moderna y siete u ocho dramas: todo ello publicado por pequeñas editoriales o en los Cahiers de la Quinzaine. Finalmente, con el propósito de encontrar un punto de contacto, le envié un libro mío. Pax. 260

De modo que busqué una actividad en la que pudiera hacer algo sin parecer un agitador, y la circunstancia de que un amigo, oficial de alta graduación, trabajara en el archivo hizo posible que me emplearan allí. Tenía que prestar servicio en la biblioteca, para lo cual resultaba útil mi conocimiento de lenguas, y también corregir estilísticamente muchos comunicados dirigidos al público. Pax. 293

También venía para darme las gracias porque, a través de Rolland, yo había intentado salvar su biblioteca, confiscada en París. Pax. 302

Para su biblioteca, el Archivo Militar quería reunir los originales de todos los anuncios y proclamas rusos en suelo austríaco ocupado, antes de que los arrancaran y destruyeran. El coronel, que conocía mi técnica de coleccionista, me preguntó si quería ocuparme de esta misión. Pax. 314 e 315

De todos los miles e incluso millones de libros míos que ocupaban un lugar seguro en las librerías y  en numerosos hogares, hoy, en Alemania, no es posible encontrar ni uno solo; quien conserva todavía alguno, lo guarda celosamente escondido y en las bibliotecas públicas los tienen encerrados en el llamado "armario de los venenos", sólo a disposición de los pocos que, con un permiso especial de las autoridades, los quieren utilizar "científicamente" (en la mayoría de los casos para insultar a sus autores. Pax. 400

Un librito, Momentos estelares de la humanidad -leído en todas las escuelas-, en poco tiempo llegó a los 250.000 ejemplares en la Biblioteca Insel. Pax. 401

En las bibliotecas no tenía que hacer cola delante de un mostrador para poder sacar libros, sino que sus directores en persona me enseñaban los tesoros escondidos. Pax. 412

..., junto a mi colección de autógrafos, se fue formando otra, que abarcaba todos los libros que se habían escrito sobre aquellos autógrafos y todos los catálogo referentes a ellos que se habían publicado, en total unos cuatro mil volúmenes, toda una biblioteca selecta sin precedentes y sin rival, ya que ni los mismos libreros podían dedicar tanto tiempo y amor a una materia específica. Pax. 440 e 441

Como despedida , regalé una parte de ella a la Biblioteca Nacional de Viena, principalmente aquellas piezas que había recibido, también como regalo, de mis amigos coetáneos; otra parte la vendí y lo que pasa o ha pasado con el resto no me preocupa demasiado. Pax. 446

Nadie me supo recomendar uno y así, buscando e informándome, acabé sin querer estableciendo puntos de comparación y resultó que, sin saberlo, había empezado a escribir un libro sobre María Estuardo que me retuvo durante semanas en las bibliotecas. Pax. 480

En la Biblioteca Nacional, adonde había ido para consultar algo, los estudiantes seguían leyendo y estudiando como de costumbre, los comercios seguían abiertos y la gente no se mostraba en absoluto inquieta. Pax. 486

Todo lo que había intentado, hecho, aprendido y vivido entretanto parecía como si se lo hubiera llevado el viento; a los cincuenta años y pico me encontraba otra vez al principio, volvía a ser un estudiante que se sentaba ante su escritrio y por la mañana trotaba hacia la biblioteca, bien que ya no tan crédulo, no tan estusiasta, con un reflejo gris en el pelo y un atisbo de desánimo en el alma cansada. Pax. 492

Primero les quitaron la profesión, les prohibieron la entrada en los teatros, cines y museos, y a los investigadores, el acceso a las bibliotecas: seguían allí por fidelidad o pereza, por cobardía u orgullo. Preferían ser humillados en su patria a humillarse como pordioseros en el extranjero. Pax. 532


Zweig, S. (2019). El mundo de ayer: memorias de un europeo (1ª ed., 26ª impr.) Barcelona: Acantilado.

Aportado por Anxo. Foto de Pedro.


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