jueves, 11 de febrero de 2021

Una educación

Cuando mi madre tenía que entregar hierbas medicinales y ya habíamos acabado nuestras tareas, a veces nos llevaba a la biblioteca Carnegie del centro de la ciudad. En el sótano había una sala llena de libros infantiles, y nos los leíamos. Richard cogía incluso los de arriba, que eran para adultos y tenían títulos serios sobre historia y ciencias. Pax. 77 e 78

Yo quería la mente de una erudita, y al parecer el doctor Kerry vio en mí la mente de una techadora. El lugar de los otros alumnos era la biblioteca; el mio, la grúa. Pax. 339

Estudiaba casi todas las mañanas en la biblioteca del Trinity College, junto a una ventanita, y allí estaba cuando Drew, un amigo de la BYU, me envió una canción en un correo electrónico. Afirmó que era un clásico, pero yo no lo conocía, y tampoco al cantante. Me puse los auriculares para escucharla. Me atrajo de inmediato. La escuché una y otra vez mientras contemplaba el claustro norte.

Emancipaos de la esclavitud mental
Nadie salvo nosotros puede liberar nuestras mentes.

Pax. 366

https://www.youtube.com/watch?v=jrcA6j-GRE8


Salí de la cafetería y me encaminé a la biblioteca. Tras cinco minutos en internet y unos cuantos viajes a las estanterías me senté en mi lugar se siempre con un rimero grande de libros escritos por autoras que, según acababa de descubrir, pertenecían a la segunda ola: Betty Friedan, Germaine Greer y Simone de Beauvoir. Leí solo unas cuantas páginas de cada libro antes de cerrarlo de golpe. Nunca había visto impresa la palabra "vagina" y jamás la había pronunciado en voz alta. Pax. 367 e 368

Un tarde a finales de trimestre fui a comer a la cafetería de la biblioteca y reconocí a un grupo de alumnos de mi programa. Estaban sentados a una mesita. Les pregunté si podía tomar asiento y un italiano alto llamado Nic asintió. Pax 378 e 379

Si me sentí culpable por anotar los temores de mi hermana desde una distancia protectora, rodeada de bibliotecas magníficas y capillas antiguas, solo lo dejé entrever una vez, en la última frase que escribí: "Cambridge es menos hermosa esta noche". Pax. 396

El primer trimestre transcurrió en un auténtico torbellino de cenas y farras nocturnas, salpicadas de visitas a la biblioteca a altas horas de la noche. Para que se me permitiera cursar el doctorado debía presentar un trabajo académico original. En otras palabras, tras pasar cinco años leyendo historia, se me pedía que la escribiera. Pax. 396

Disfrutaba dudando de mi misma respecto a si habíamos visto a tal amigo la semana anterior o hacía dos semanas, si nuestra creperie favorita quedaba al lado de la biblioteca o del museo. Poner en tela de juicio esos hechos banales y mi capacidad de asimilarlos me permitía dudar de si lo que recordaba había ocurrido en realidad. Pax. 416 e 417

Una tarde soleada de septiembre recorrí Harvard Yard cargada con mi maleta. La arquitectura me resultó extraña, además de escueta y humilde comparada con los pináculos góticos de Cambridge. La biblioteca central, llamada Widener, era la más grande que había visto, y contemplando maravillada el edificio me olvidé del último año durante unos minutos. Pax. 420

Dejé de ir al grupo de estudio de francés y luego al curso de dibujo. En vez de leer en la biblioteca o de asistir a las clases, me quedaba en mi dormitorio viendo en el televisor las series más populares de las últimas dos décadas. Pax. 433

Westover, T. (2018). Una educación. Barcelona: Lumen.

Aportado por Anxo

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