martes, 16 de marzo de 2021

Americanah

páx 100

Obinze cogió a Ifemelu de la mano y se alejaron. Lo hacían a menudo, separándose lentamente de sus amigos, para sentarse en un rincón al lado de la biblioteca o dar un paseo por el jardín de detrás de los laboratorios.

páx 127
Al otro día, la madre de Obinze se desplomó en la biblioteca. Un estudiante la encontró tirada en el suelo como un trapo, con un pequeño chichón en la cabeza, y Obinze le dijo a Ifemelu:
-Gracias a Dios que aún no hemos enviado las solicitudes de ingreso.

páx 150
Nada más despertar a Ifemelu, le dio tajantes instrucciones con relación a Dike y dijo que iría a la biblioteca a estudiar después del trabajo.

páx 187
De pie ante el estante de la biblioteca, Ifemelu leyó por encima el capítulo inicial, preparada para el aburrimiento, pero poco a poco se desplazó hacia un sofá y se sentó y siguió con la lectura hasta haber completado tres cuartas partes del libro; ahí se interrumpió y cogió todos los libros de James Baldwin que encontró en el estante. Pasaba todas sus horas libres en la biblioteca, tan magníficamente bien iluminada; [...]

páx 188
Leyó los libros de la lista de Obinze pero además, al azar, sacaba un libro tras otro de los estantes, leyendo un capítulo antes de decidir qué leería rápidamente en la biblioteca y qué se llevaría en préstamo.

páx 230
-Bueno, voy a por mi hija y luego pasaré a buscar unos libros de historia a la biblioteca, ¡si es que consigo identificarlos! -exclamó Laura, y salió con paso airado.

páx 241
Él sostenía un libro en cartoné de la biblioteca cuyo título ella no veía y llevaba un ejemplar del New York Times, encajado junto a la botella de zumo.

páx 247
A veces contaba lo mismo dos veces. Que si un día fue a la biblioteca pública, se olvidó de sacar el libro no devuelto del bolso, y el vigilante le dijo: "Ustedes nunca hacen nada bien"

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[...]O ella se reunía con él en la biblioteca después de su clase, y allí, en la cafetería, bebían chocolate caliente demasiado espeso y comían cruasanes integrales demasiado granulosos, la pila de libros de Blaine en la mesa.

páx 444
Después  de clase irían a la cafetería de la biblioteca y pedirían un sandwich con zhou del Norte de África, o un curry de la India, y de camino a otra clase, un grupo de estudiantes les entregaría condones y chupachups, [...]

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El señor White, hombre de ojos acuosos y piel muy oscura, rayana en un tono arándano, era un guardia de seguridad que permanecía sentado a la salida de la biblioteca y verificaba la contrasolapa de cada libro.

páx 446-447
Mientras iban cogidos de la mano hacia la sandwichería, Blaine le contó que un amigo del señor White, un negro, pasó por allí la tarde anterior, y los dos se quedaron un rato delante de la biblioteca. El señor White entregó a su amigo las llaves de su coche, porque su amigo se lo había prestado, y el amigo entregó al señor White un dinero que el señor White le había dejado un tiempo atrás. Un empleado blanco de la biblioteca, al verlos, dio por sentado que los dos negros estaban pasándose droga y llamó al supervisor.

páx 448
A la mañana siguiente, antes de marcharse a la universidad, Blaine anunció:
-Tengo una clase detrás de otra. ¿Nos vemos en la biblioteca? Envíame un sms cuando estés en camino.
No habían hablado de ello, él dio por sentado sin más que ella iría, así que contestó:
-Vale.
Pero no fue. [...]Sencillamente prefirió ir a la comida de despedida de Kavanagh en lugar de plantarse delante de la biblioteca de la universidad con una pancarta.

páx 462
Le habían concedido la beca de investigación. La paga era buena, las exigencias asumibles: se esperaba que viviera en Princenton y utilizara la biblioteca y diera una charla al final del curso. Parecía demasiado bueno para ser verdad, un acceso al sacrosanto reino estadounidense.

CHIMAMANDA NGOZI ADICHIE; Americanah. Penguin Random. 2017.

Aportado por JMV

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