miércoles, 29 de mayo de 2024

Fortuna

 ...Y lo invitaba a departir en su biblioteca con algunos de sus colaboradores de más confianza, "para contribuir a salvaguardar los intereses de nuestra nación". Radk rechazó la invitación sin ofrecer excusa alguna. Pax. 31


Para pasar el tiempo, aprendía idiomas por su cuenta con la ayuda de los libros que iba trasladando entre las distintas casas y hoteles: tomaba un ejemplar de La Princesse de Clèves y lo recolocaba en una biblioteca de Siena, después de sacar de ella I Viaggi di Gulliver, con el cual llenaba el hueco que había dejado al tomar prestado Rot und Schwarz en Munick. Pax. 47

Durante los años siguientes, aparecieron por todo el país hospitales, salas de conciertos, bibliotecas, museos, refugios y departamentos universitarios que llevaban el apellido Rask. Pax. 78 

En una de las dos únicas reformas que hizo en su casa empezó por deshacerse de los libros con encuadernaciones decorativas con cuero marroquí de la biblioteca, cuyos lomos con baño de oro nunca se habían abierto. Helen llenó los estantes de sus volúmenes personales y creó una sala de lectura real. Cuando se le terminó el espacio,derribó dos paredes; cuando su colección se volvió imposible de gestionar, contrató a un bibliotecario. En aquella biblioteca ampliada, empezó a organizar lecturas, conferencias y reuniones informales. Pax. 80

Al terminarse un recital de lieder, algún escritoor del público buscaba a Helen para terminar una conversación sobre un programa  de una biblioteca; después de un ciclo de sonatas, alguno de los interpretes la abordaba para hacerle saber que había unha orquesta necesitada de mecenazgo; Pax. 81

Una vez más, como en 1907, la biblioteca de Morgan fue el escenario de noches enteras de conversaciones, esta vez dirigidas por el hijo de Pierpont, Jack. Una vez más, se convocó a Rask para que prestara su consejo y ayuda material. Y una vez más, Rask rechazó la invitación. Pax. 90

Querida Helen:
... Lo siento muchísimo, pero me voy a tener que retirar del programa de lecturas de tu encantadora biblioteca para el resto de la temporada. Por favor, deséame suerte con esta condenada novela mia.
             Un cordial saludo
                                                                    Winnie                    
 Pax. 93

Seguía financiando las organizaciones benéficas de Helen y recurrentemente patrocinaba orquestas, bibliotecas y fundaciones para las artes. Pax. 145

Prof. Keene primer mentor genuino en matemáticas. Vio talento y potencial. Panegírico.
Exalumnos, biblioteca, etc.
Pax. 174

Como no podía ir a las salas de conciertos, trajo la música casa organizando pequeños recitales en nuestra biblioteca. Eran reuniones informales y sin pretensiones. Pax. 185 e 186

El amor de Mildred a la música nunca la hizo abandonar su pasión por los libros. Se hizo ardiente defensora de las bibliotecas públicas. No solo en la ciudad. También en poblaciones fabriles de las inmediaciones de su Albany natal, donde la cultura nunca había seguido los pasos de la industria. Pax. 190

Con ayuda de unos cuantos libros de la biblioteca y una máquina de escribir prestada, aprendí los fundamentos de la contabilidad, la estenografía y la mecanografía al mismo tiempo que me presentaba a ofertas de trabajo por toda la ciudad. Pax. 225

Con el tiempo descubrí la sucursal de la Biblioteca Pública de Brooklyn de la calle Clinton. No puedo determinar el momento en que me hice cliente habitual, pero debía tener nueve o diez años cuando empecé a pasar las tardes en la sala de lectura y a sacar libros en préstamo. La novela detectivesca se convirtió en una obsesión para mi. Primero fueron Arthur Conan Doyle, S.S. Van Dine y Agatha Christie. Aquellos libros (y una bibliotecaria amable) me llevaron a otros. Pax. 256

Al final, igual que en las novelas de detectives que leía en la biblioteca, de la devastación posterior a la muerte de mi madre surgió una especie de orden nuevo, provisto de una lógica y unos rituales propios. Pax. 257

A medida que leía, sin embargo, fue en la prosa misma, y no en el contenido, en lo que centré mi atención. No se parecía en nada a la de los libros que me habían echo leer en la escuela, ni tampoco teníanada que ver con la de las novelas de misterio que sacaba de la biblioteca. Pax. 273

Me acuerdo exactamente de qué puerta llevaba a la habitación de Mildred. Tras todas estas décadas, sigue cerrada. Y al final del pasillo,la biblioteca.
...
Sale a recibirme el bibliotecario jefe y caminamos juntos hasta su mesa, donde me presenta a sus dos colegas.
...
Hablamos de los materiales que estoy buscando. Cuando les pido los papeles de Mildred Bevel se miran entre ellos yse rien con discreción.
-Le deseo mucha suerte- dice le bibliotecario jefe, y los otros asiente enfáticamente con la cabeza-. La señora Bevel tenía una caligrafía terrible.
...
Chistes de bibliotecarios. El manuscrito Voynich es un volumen en pergamino encuadernado del siglo XV que se encuentraen la Biblioteca Beinecke de Libros Raros y Manuscritos de la Universidad de Yale...
El bibliotecario jefe secunda la risilla, pero rápidamente adopta un tono profesional. Pax. 280 e 281

Fui a la sede central de la Biblioteca Pública de Nueva York, en Bryant Park, y me pasé el día entero rebuscando ren el catálogo autobiografías escritas por "Prohombres Americanos". Pax. 296

El bibliotecario jefe me trae tres cajas de archivo grises que contienen carpetas que a su vez contienen papeles, documentosy en algunos casos unos paquetitos envueltos en papel marrón y atados con cordel que contienen unos frágiles cuadernos y libretas que en ocasiones contienen páginas sueltas y hasta finos diarios o agendas encajados entre las páginas. Pax. 321

Tal como me ha señalado el bibliotecario, su caligrafía resulta casi impenetrable. Pax. 322

Me levanto camino hasta el fichero situado junto al mostrador del bibliotecario y me pongo a mirar las fichas de catalogación. La biblioteca alberga un panfleto de veinteocho páginas titulado La liga de Compositores: Memoria de actuaciones y resumen de actividades generales de 1923 a 1935. Solicito ese documento y me llega al cabo de unos minutos. Pax. 324

Además de las donaciones de Mildred de las que me habló Bevel (como era de esperar, me habló de donaciones a la ópera y a otras orquestas e instituciones culturales muy conocidas), también patrocina subvenciones a estudiantes de humanidades y ciencias, amplía una biblioteca o crea series de becas.Pax. 330

Pero esas cartas se ven superadas en número por un aluvión renovado de gatitud de la misma clase de beneficiaios a los que favoreció en el pasado: bibliotecas, instituciones musicales y universidades. Pax. 331

A mi pesar, afronté el hecho de que iba a tener que dejar mi apartamento y regresar a la sede central de la Biblioteca Pública de Nueva York. Eché mano de mi estuche de maquillaje, que casi nunca usaba, para resaltarme las cejas, aplicarme colorete y tratar de añadirle un poco de edad a mi cara. Pax. 340

Nuevamente, apunté una serie de títulos que más tarde sacaría en préstamo de la Biblioteca Pública de Brooklyn. Intenté leer la Trilogía del deseo de Theodore Dreiser, pero solo pude acabar El financiero y la mitad de El titán. 
...
Como aquellas novelas ya estaban un poco anticuadas, acudí a la prensa. La mayoría de los números de la revista Fortune, Forbes y otras revistas parecidas que encontré en la Biblioteca Pública de Nueva York Incluían largos perfiles de financieros, industriales y familias patricias.
Pax. 341

Después de consultar con unos cuantos bibliotecarios, leí, de forma caótica, todo lo que pudiera resultar inspirador, desde Etiqueta de Emily Post hasta Chica mala de Viña Delmar. Pax. 342

Era inconcebible que la Biblioteca Pública de Nueva York tuviera un ensayo ignoto de un crítico desconocido y también una obra de la que no había oido hablar nadie escrita por un autor francés sin fama alguna, y en cambio no tuviera ni un solo libro del autor que debería haber estado entre aquellos nombres. Ni rastro de Vanner. Nada. Ni un solo título. Le pregunté a una bibliotecaria. Me dijo que todo lo que tenían estaba en las fichas. Pero yo sabía que era simplemente imposible que una de las colecciones más completas del mundo no tuviera ningún libro de Harold Vanner. Sus primeras obras habían cosechado cierto éxito, y Obligaciones se había reseñado en muchas partes. Solo había una explicación posible. Bevel, uno de los principales donantes de la biblioteca, había torcido y alineado la realidad. Pax. 344

Abrió una puerta para revelar una oficina grande con unos cuantos espacios de trabajo anexos. Las paredes de todas las salas estaban cubiertas de pizarras saturadas de cifras bursátiles y fórmulas matemáticas; sentados a las mesas, una docena de hombres con máquinas calculadoras se habrían paso por entre carpetas, libros, documentos y resmas de papel. El ambiente era más tranquilo que en la sede de Inversiones Bevel del downtown-. Casi parecía una biblioteca. Pax. 351

Galerías, un salón con ventanales, pasillos, una pequeña biblioteca, estudios, comedores, un cuarto de recreo. Ahora Beve guardaba un silencio poco propio de él, y sus pasos briosos sugerían que quería terminar de una vez con la visita. Pax. 353

Estanterías vacías, salvo por unas cuantas esculturas de pequeño tamaño; todas eran pura forma coagulada. Una modesta biblioteca reorría la pared más corta. Pax. 360

Tal vez la biblioteca contuviera alguna pista, aunque estaba convencida de que me encontraría libros sin leer, seguramente con las páginas sin cortar. me equivocaba. Estaban todos abundantemente  subrayados a lápiz, con las esquinas dobladas y manchas de téy de café. Algunos estaban en francés, otros en alemán y hasta en italiano, lo cual me hizo sentirme irracionalmente próxima a Mildred. Pax. 361

Se basaba en las cenas con mi padre, que siempre escuchaba cautivado como yo le contaba el último libro de Dorothy Sayers o de Margery Allingham que había sacado en préstamo de la sucursal de la calle Clinton de la Biblioteca Pública de Brooklyn. Y allí estaba ahora Bevel, repitiéndome mi propia historia a la cara. Pax. 380

Me molesta estar tan segura de que Mildred habría querido que yo tuviera estos papeles. Y aun así me levanto, le doy las gracias a los bibliotecarios y saldo del edificio al frio de la calle con el diario de Mildred Bevel en el bolso, pensando en lo maravilloso que sería poder oir por fin su voz. Pax. 391

He dado instrucciones a TW para que compre las partituras inmediatamente por el 4x de precio y las done a la Bib. del Cong. Se despide como "tu viejo y leal plomazo" lo cual por lo menos me hace sonreír. Responder a su despliegue de preocupación me ocuparía una PM entera. Debería escribirle tras una dosis contundente de morf. Pax. 404

A acaba de hacer algo encantador. Ha contratado a un cuarteto de cuerdas de un hotel de Z. y ha montado un pequeño recital en la biblioteca. También ha traído a camareros de hotel, refrigerios y jugo, igual que en casa. Pax. 409

Tras la devastación del 29, intenté organizar un plan de recuperación. Donar la mayor parte del dinero. Pero estaba demasiado enferma. Atenuada. Consumida por un tratamiento fallido tras otro. Andrey realizó una serie de contribuciones: un puñado de bibliotecas, pabellones de hospital y edifiecios universitarios. Mortificada al enterarme de que había dondo aquellas migajas en mi nombre, le pedí que no lo volviera a usar jamás. Pax. 431

Díaz, H. (2024). Fortuna. (11ª ed.). Anagrama
Aportado por Anxo

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