lunes, 2 de julio de 2018

Apegos feroces

¿No podría limitarme a decir que hay que leer Apegos Feroces, de vivian Gornick? ¿Que estoy aquí para insistir en que este libro debe convertirse en bandera en el mundo entero como es bandera en mi mente, una detrás de la cual marcho? Y aun así, sosteniendo esta edición antigua , reparo en que hay ocho críticas positivas, todas bastante elocuentes, todas escritas por mujeres; ¿podría ocurrir que fuera el primer hombre que declara a favor de este libro? (Compruebo una edición anterior que también tengo en mi biblioteca y, evidentemente, no es el caso). Las memorias de Vivian Gornick tienen esa calidad endemoniada, brillante y absoluta que tiende a elevar un libro por encima de su contexto y provoca que sea admirado, con toda justicia, como "atemporal" y "clásico". Prólogo. Por Jonathan Lethem. Pág. 9

Mientras nos acercamos a la biblioteca, un acólito de alguna religión oriental (cabeza rasurada, piel traslúcida, un saco de huesos envuelto en una gasa de un rosa apagado) se nos echa encima con una copia de las escrituras de su gurú extendidas sobre la mano. Mi madre sigue caminando mientras que la criatura envuelta en gasa revolotea a nuestro alrededor, su cantinela un zumbido constante en el aire, reclamando mi atención. Pág. 40

Lo imaginable siempre había resultado problemático. Cuando era una niña, el aspecto de las cosas me invadía: profundo, estrecho, intenso. La mugre de la calle, el aire blanqueado de la farmacia, las vetas del suelo de madera de la biblioteca a pie de calle. Las barras de queso en la nevera de la tienda de alimentación. Me tomaba todo tan en serio, de un modo tan literal. Pág. 125

Y luego estaba todo el tema de los libros. Stefan me había sugerido integrar nuestras bibliotecas y para mi asombro, me oí a mí misma diciendo: "No, quiero tener mis libros separados". Se pusó muy rojo y calló. Vi que le había hecho daño y mi primer impulso fue retractarme de lo que había dicho, pero el impulso no era fuerte y no lo seguí. Los libros del estudio seguían siendo sólo míos, pero ya no obtenía placer al contemplarlos. Pág. 138

Estamos en la biblioteca del Lincoln Center para un concierto un sábado por la tarde. Hemos llegado tarde y todos los sitios están cogidos. Nos quedamos de pie en el salón de actos a oscuras, apoyadas contra la pared. Empiezo a preocuparme. Sé que mi madre no va a aguantar de pie las dos horas y media. Pág. 188

Apegos feroces. Vivian Gornick. Editorial Sexto Piso, S. A. De C.V., 2017. Aportado por Lola.

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