miércoles, 4 de diciembre de 2019

Los cuarenta días del Musa Dagh

Hablaba con una voz sonora y a un tiempo extrañamente hueca; parecía agotada por un exceso de ciencia. Y en efecto, el farmacéutico de Yoghonoluk poseía una biblioteca muy peculiar, seguramente no habría otra igual en toda Siria, pero además el propio Krikor era una biblioteca andante, un individuo omnisciente perdido en uno de los valles más desconocidos de la tierra. Pág. 63-64
No, eso no era suficiente para probar la verdadera originalidad creadora del farmacéutico. No, pues el propio Krikor era análogo a su biblioteca. Naturalmente ésta comprendía varios miles de volúmenes, en su mayoría editados en idiomas que le eran desconocidos, como por ejemplo una enciclopedia alemana de tiempos remotos. Pág. 64

Las obras armenias o francesas que le eran accesibles formaban la minoría de su tesoro bibliófilo. El verdadero bibliófilo ama, más que la forma y el contenido de los libros, su existencia; no es necesario que los lea. Pág. 64

Había empezado a formar la base de su biblioteca, decía, desde los primeros años de su infancia, y enseguida durante sus viajes. Pág. 64

En este hombre se había concentrado todo el culto al espíritu de la raza armenia, secreto de longevidad de los pueblos que a pesar de su vejez extrema resisten a la acción destructora del tiempo. Como la semilla del clavel silvestre arraiga sobre una roca desnuda, así la biblioteca de Krikor arraigó en Yoghonoluk. Esta extraña biblioteca -la mayoría de cuyos volúmenes no había leído- hubiera bastado apenas para formar la base de los conocimientos enciclopédicos del farmacéutico. Pág. 64-65

Tuvimos un impero magnífico, cuya capital Ani, con sus mil iglesias, era una de las maravillas del mundo. Reyes de sangre armenia reinaron en Bizancio. En la época en que Francia dormitaba aún en el sueño de la barbarie, nosotros contábamos con una literatura clásica. Finalmente hoy día no tenemos por qué ocultarnos. Hasta en este hoyo perdido que no cuenta siquiera con una calle decente, en el transcurso de los años se ha desarrollado una importante biblioteca... Pág. 69

Tienen en Marach un gran hospital, instrumentos, una sala de operaciones, bibliotecas médicas y el asno de mi colega no ha podido siquiera curar decentemente este brazo. ¿Qué se podrá esperar entonces de mí, que no poseo más que unas tenazas oxidadas para arrancar dientes? Pág. 130

Se inquietaba por el hecho de que ni en Yoghonoluk, ni en Bitias ni en ninguna otra parte funcionara un solo molino armenio. Hasta se atrevió a visitar el farmacéutico Krikor y averiguar el estado y la cantidad de sus medicamentos. Krikor, que no esperaba una inspección de su farmacia, sino de su biblioteca, indicó con un gesto desilusionado el perímetro de la sala abovedada. Pág. 183

Krikor cerró ese día, y para siempre, su farmacia, para pasar en adelante todo el tiempo leyendo sus libros. No es exacto decir que leía , sino que escarbaba apasionadamente entre sus tesoros, que abría y cerraba, hojeaba o tocaba por fuera como si quisiera saborear hasta lo último la despedida de su biblioteca. ¿Qué ocurrirá con la original biblioteca de Krikor? Pág. 280

Pero Tertuliano se levantó y tomó de su biblioteca una obra del poeta Virgilio, diciendo enseguida a Gregorio: "Querido huésped, si debemos alabanzas a Dios por este pan, ¿que gratitud no le deberemos entonces por este libro! Pues vea que este libro no es más que la transformación de aquel rayo de luz del lejano sol, cuyos reflejos se pueden ver sobre la mesa".
Al cabo de un momento, Gabriel Bagradian le preguntó con una simpatía triste:
-¿Y toda su biblioteca, Krikor? Seguramente esto no representa sino una pequeñísima fracción. Pág. 306

La barraca de la gobernación reunía, pues, a grandes rasgos, todos los caracteres de un parlamento, de un ministerio y de un palacio de justicia, y al mismo tiempo los de una universidad y biblioteca. Pues allí el farmacéutico recibía a sus discípulos los profesores, quienes después de haber enseñado, iban, a su vez, a escuchar su lección. Pág. 373

¿Y cómo cultivarse a la sombra del Musa Dagh, ignorando los descubrimientos recientes, sin libros ni revistas de medicina! La biblioteca de Krikor, vuelta ya hacia el pasado, podía responder a las más insensatas preguntas, pero era totalmente nula respecto a la ciencia médica, aún cuando su propietario fuera farmacéutico, o tal vez por eso mismo. Pág. 421

-Tu vida no ha sido feliz, lo sé... Pero, ¿por qué? ¿No se te envió a Edchmiadsin? ¿Acaso no has vivido en el seminario bajo el mismo techo que la más magnífica biblioteca del mundo? Sólo un día estuve yo allí y hubiera querido permanecer hasta mi muerte en medio de esos libros espléndidos... Y tú... ¡te fugaste! Pág. 641

-Bien puede ser -contestó- que en otra época hubieras estudiado medicina, hace unos 50 o 60 años. Pero, ¿quién puede tener la prueba hoy día? Cuando haces ver que vas a consultar ese desvencijado mamotreto, en realidad, lo único que sacas de ahí no son más que gusanos. En este sentido, puedes darle la mano al boticario; durante años, él también se ha burlado de nosotros con su biblioteca. ¿Quieres apostar conmigo a que la mitad de sus libros constan sólo de papeles en blanco, aunque bien encuadernados? Pág. 660

Cuando por fin encontró apoyo en las paredes de su biblioteca, trató de imprimir a su hueca voz esa tonalidad habitual de indiferencia y sabiduría superiores. Pero ya no podía conseguirlo. Pág. 661


Los cuarenta días del Musa Dagh. Franz Werfel. Editorial Losada, S. A., 2003. Aportado por Lola

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