En este cuarto todo está en su sitio. La biblioteca de Eddie, de la que él solía leerle tantas bellas historias. Su colección de coches en miniatura, que se alinea con mortuoria perfección en los estantes; [...]
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Chloe extiende una mano hacia la biblioteca de su hermano y luego hacia las carpetas.
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Teldi, por ejemplo, se encerró en la biblioteca para hacer varias llamadas de teléfono; quería confirmar que ninguno de sus invitados había sufrido un percance de último momento que le impidiera asistir.
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-Ahora, querido Émile, antes de que pasemos a la biblioteca -dijo Teldi una vez que tomó asiento al acabar su pequeño y convencional discurso de bienvenida-, me gustaría darle las gracias por haberme proporcionado uno de los momentos más emocionantes de mi vida.
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-Venga, venga por aquí, monsieur Pitou -dice Teldi al coleccionista de cartas de amor tomándolo por el brazo-. Pasemos a la biblioteca a tomar un coñac, quiero presentarle al señor Stephanopoulos.
La biblioteca de Ernesto Teldi es de sobra conocida, tanto, que no haría falta describirla. [...] Porque en la biblioteca de la casa de Las Lilas no se apiñan los objetos igual que en un bazar turco como sucede en casa de tantos coleccionistas, ni tampoco apabullan las exquisiteces.
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Ahora, en la biblioteca, la niña Chloe se afana por vislumbrar aunque sea la sombra de esos ojos oscuros en la consola espejada que hay junto a la chimenea, pero no encuentra más que el reflejo pálido de una cara, la de la señorita Liau Chi, especialista en fantasmas.
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Pequeñas infamias; Carmen Posadas. Ed. Planeta 2003.
Aportado por JMV
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