Había una máquina de Nespresso, en un rincón de la biblioteca de la pensión, junto a una estantería llena de volúmenes destinados a que los echaran un vistazo o a ser hojeados, pero no leídos. Intercaladas entre ellos también había un par de novelas de aeropuerto como un par de paletos que se hubieran colado en la celebración de la noche de los intelectuales en el salón de actos local. Pág. 65
Aparte de alguna comilona esporádica en un Olive Garden o Outback Steakhouse, y de la creciente biblioteca, Parker podría haber estado contemplando una versión de su propia vida, y eso le deprimió un tanto. Cerró el portátil y se desvistió para acostarse. Pág. 75-76
El sótano era un espacio seco con buen aislamiento, de manera que se respiraba el denso pero quebradizo aroma de una biblioteca antigua. Una mesa de metal ocupaba el centro sobre una alfombra con borlas al lado de una silla de oficina negra. Pág. 129
Eklund también había reunido libros de destacados escépticos, entre ellos David Marks y Joe Nickell, pero el núcleo principal de su biblioteca se inclinaba claramente a favor de los creyentes.
En la pared principal frente a la mesa y las escaleras no había estanterías y estaba ocupada por un mapa de los Estados Unidos continentales salpicado con una sucesión de alfileres. Pág. 129
El frio de la muerte. John Connolly. Tusquets Editores, S. A., 2019
Aportado por Lola
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