Más que trenes parecían verdaderos hoteles itinerantes, con cafetería, restaurante, peluquería y hasta un salón biblioteca en el que matar las horas leyendo libros y revistas.
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Tom, sin dejarme hablar, echó a andar hacia un salón que resultó ser la biblioteca.
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El breve trayecto en ascensor lo hicimos en completo silencio. Tom esperó a que llegáramos a la biblioteca para estallar.
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Hice que mis sirvientes abandonaran la biblioteca y me dejaran solo.Luego me senté en el suelo, junto al hueco del ascensor, y empecé a hablar. Sabía que, a muy pocos metros de distancia, Tom me estaba escuchando.
La puerta se cerró con un chasquido y el ascensor subió despacio a la biblioteca. Tom iba en su interior.
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Sí, Cañete era otro de los invitados que había entrado en mi pesadilla. Me levanté de un salto y corrí a mirar en la papelera de la biblioteca. Esa misma mañana, o quizá la mañana anterior, había recibido un anónimo semejante a los de Margarita, y ahora necesitaba encontrarlo para confirmar mis sospechas.
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Ignacio Martínez de Pisón. El viaje americano. Ed Alfaguara, 2003
Aportado por JMV
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