Gustave Joubert, hombre acostumbrado a tomar decisiones, ordenó descolgarlo con la gran cortina azul de la biblioteca del señor Péricourt. Era de un tejido grueso y opaco elegido por Madeleine para que su padre pudiera descansar durante el día cuando el sol daba en la fachada. Pág. 20
Durante las siguientes semanas empezó a mirar la mansión de la familia Péricourt con otros ojos.
Sentado en los sillones de la biblioteca, o en el inmenso comedor en el que tantas veces había cenado con su jefe, se imaginaba que estaba en su casa. Pág. 35
El notario asintió con semblante grave.
- ¡Ah sí! -exclamó de pronto, como si acabara de acordarse de algo. Abrió un cajón del escritorio y sin necesidad de buscar, sacó una llave grande y plana-. Me la entregó el difunto... Es de la caja fuerte de la biblioteca. Para la señorita Madeleine. Como usted la representa... Pág. 49-50
Al llegar a casa de los Péricourt, le tendió el gabán a la doncella y como antaño, subió de inmediato la escalera que llevaba a la biblioteca. Pág. 52
Nadie había hecho correr la voz, pero en los minutos que precedieron a la llegada del coche, todos los sirvientes se juntarón discretamente en la planta baja. Uno pasaba distraídamente el plumero por la barandilla de la escalera, otro trasteaba por la biblioteca, un tercero iba de aquí para allá con la excusa de una escoba extraviada... Pág. 53
El señor Brochet se sentaba en una silla del pasillo con sus voluminosos portafirmas sobre las rodillas y Joubert seguía hasta la biblioteca, donde, según la hora, la doncella le llevaba un té o una copita de oporto. Pág. 70
Paul escuchaba sus confesiones con expresión soñadora. Como había pasado muchas horas consultando documentos muy antiguos en las bibliotecas, era de las pocas personas que sabían que Solange Gallinato cuyo verdadero nombre era Bernadette Traviers, nacida en Dole (Jura), era en realidad la hija menor de un peón caminero alcohólico, encarcelado en Besaçon el mismo día en que nació la pequeña con tres meses de adelanto debido al maltrato conyugal. Pág. 151
Léonce manda a André a buscarlo, un André furioso, porque lo han interrumpido en su gran misión periodística, un André juera de sí, que sube los peldaños de la escalera de tres en tres, descubre a Paul en la biblioteca de su abuelo y le ordena que baje. Pág. 165
Incluso podía ser que Paul, liberado de su grave secreto, viviera una de sus épocas más felices. Sus pesadillas, tan frecuentes antaño, se espaciaron. Vladi era una compañera que irradiaba alegría y vitalidad. Paul leía mucho: se pasaba tardes enteras en la biblioteca. Pág. 191
Cuando se preparaba para salir, oyó la voz de Gustave en la planta baja. ¡Dios mío! ¿Qué hacía allí, que horas eran esas de volver a casa? Salió sigilosamente al rellano, esperó a que Gustave entrara en la biblioteca y luego bajó a toda prisa, se metió en la cocina y tiró del cordón. Pág. 197
Una vez dentro, Madeleine se fijó en la nueva decoración, que encontró de buen gusto. La doncella la acompañó a la biblioteca. Pág. 207
Léonce se levantó, salió de la biblioteca y subió a su cuarto. Intentó reflexionar sobre la situación. Pág. 209
Cuando iban a una biblioteca, Vladi cogía las obras que había pedido Paul entre el índice y el pulgar y volvía a dejarlas con cansancio, como si no entendiera que aquello pudiera interesarle a alguien.
Paul frecuentaba varias bibliotecas de París. Digo "varias" porque sabía exactamente lo que quería y tenía que cambiar a menudo de biblioteca para satisfacer su curiosidad... Pág. 219
Miraba las pilas de libros que se llevaba de la biblioteca y no conseguía encontrar una lógica... Pág. 219
Una tarde en que Paul había ido a la biblioteca Sainte-Genevieve, Madeleine empezó a dar vueltas por el salón, dudando si hacer algo que le daba vergüenza, pero a lo que era incapaz de resistirse. Pág. 219
André fue a casa de Montet-Bouxal arrastrando los pies. La clase de invitación que no se puede rechazar: una gaita. Y también un suplicio porque de pronto, André se vio en un piso inmenso, provisto de una biblioteca gigantesca y con una impresionante colección de objetos de arte, grabados, libros y curiosidades: una especie de gabinete de coleccionista, y todo aquello le ponía ante los ojos lo que a él le habría gustado ser y poseer, lo que soñaba con alcanzar y tan lejano le parecía. Pág. 231
Volvió a seguirlo hasta el periódico, a las casas donde estaba invitado a cenar en la rue Scribe, al Luxemburgo, a la place Saint-Merry, a la biblioteca Saint-Marcel, a la que iba a trabajar de vez en cuando; y una mañana que estaba de plantón precisamente delante de ese sitio se le encendió la bombilla. Pág. 236
Una semana después Delcourt, fue a la biblioteca Saint-Marcel. Dupré se sentó no muy lejos de él con un libro sobre la cultura china, el que tenía más a mano. Delcourt se pasó el final de la tarde mirando al joven bibliotecario con las piernas cruzadas y una mano bajo la mesa. Pág. 236-237
Dietrich sirvió el té, le contó una anécdota sobre la biblioteca de Sainte-Genevieve y, de pronto, entró en materia. Pág. 338
Por todo eso y por tantas otras cosas, gracias a los profesionales que gestionan la extraordinaria base de datos Gallica de la Biblioteca Nacional de Francia. Ojalá tuvieran más medios. Pág. 426
Los colores del incendio. Pierre Lemaitre. Ediciones Salamandra, 2019
Aportado por Lola
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