El salón de Octavio olía a madera y libros. Junto a una biblioteca que llegaba hasta el techo había un escritorio cubierto de papeles, libros con marcadores asomando entre las páginas, periódicos en castellano, euskera y francés, y, dado que era territorio vedado a Valeria, una capa de polvo. Las ventanas miraban a la ría.
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Si los sacaba de la casa de mis padres, decaerían. El polvo y el polen acumulados y compactados en las grietas de los juguetes me harían estornudar, víctima de nuevo del asma alérgica de mi niñez. Las novelas portarían polilla y hongos; en cuestión de días, todos los libros de mi biblioteca estarían contagiados, las páginas se volverían quebradizas, como láminas de hojaldre, y las cubrirían grandes manchas, grisáceas y pulverulentas.
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Jon Bilbao; Basilisco. Ed. Impedimenta, 2020
Aportado por JMV
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