Al principio, después de la primera travesía, fue a dar con sus huesos en la carcel durante más de tres años, cuando un mal capitán implicó a toda la tripulación en el contrabando de un contenedor de tabaco y de un gran alij de cocaina. Pero incluso en la cárcel de un pais remoto, Eryk seguía sometido al poder de la mar y las ballenas. La biblioteca de la prisión guardaba un único ejemplar de un libros en inglés abandonado hacía años seguramente por otro recluso. Se trataba de una edición antigua, de principios de siglo, de páginas frágiles y amarillentas, marcada por numerosas huellas de la vida cotidiana. Paf. 85
Pobre Blau, hubiera preferido ir directamente al grano. Charlar nunca fue su fuerte, le aburrían las frases pronunciadas para mantener el balsámico murmullo de la vida social. No deseaba más que acabar el café y pasar a la biblioteca, ver donde trabajaba Mole y qué leía. ¿Lo tendría en un estante a él, Blau, a su Historia de la conservación?¿Qué caminos transitaría hasta llegar a sus extraordinarios descubrimientos?.
...
-Le enseñaré ese trabajo -dijo, y se dirigió a paso ligero, y con el café en la mano, hacia la puerta corredera, que se le resistía. Él la ayudó a abrirla mientras el le sostenía la taza.
Al otro lado de la puerta estaba la biblioteca: unha hermosa y amplia estancia con paredes cubiertas de estanterías desde el techo hasta el suelo. Sin errar el tiro, extrajo de una de ellas una separata grapada. Blau la hojeó, dejando entender lo bien que conocía el texto. De odos modos, nunca le habían interesado los especímenes en líquido; para él, un callejón sin salida. Pag. 151 y 152.
Tras un aluerzo durante el cual ella le habló de Mole, de sus horarios y pequeñas excentricidades (la escuchaba con atención, sintiéndose agraciado por un gran privilegio), lo convenció par ir a darse un baño en el mar. Blau no estaba nada contento, habría preferido quedarse tranquilamente en la biblioteca y examinar el gato y el resto de la estancia una vez más. Pero no se atrevió a decir que no. Hizo un último intento de escabullirse pretextando que no tenía bañador.
-Déjate de tonterías -dijo ella haciendo oídos sordos a la excusa-, es mi playa privada, no habrá nadie. Te bañarás desnudo.
...
Una vez en la habitación, se echó una siesta cortita y luego tomó minuciosos apuntes. Incluso dibujó un plano en el laboratorio de Mole, sintiéndo un poco como James Bond. Con alivio se lavó el agua salada, se afeitó y se puso una camisa limpia. Cuando bajó, ella aún no estaba. La puerta de la biblioteca estaba cerrada y la llave echada, así que no osó entrar. Salió de la casa y jugó con el gato hasta que este decidió ignorarlo. Finalmente oyó unos ruidos procedentes de la cocina y entró en ella desde el jardín. Pag. 155, 156 y 157
Qué grande el dormitorio, aunque la ropa de cama podría ser de mejor calidad, de lino blanco y bien almidonada. Es, en cambio, de un algodón de mala calidad; lavada y relavada, no exige alimdón ni plancha. La biblioteca de la planta baja, sin embargo, resulta de lo más interesante, muy de mi agrado, contiene todo lo que yo necesitaría en caso de tener que vivir aquí. A lo mejor me quedo más tiempo, precisamente por la biblioteca. Pag. 165
Este pais no está hecho para las personas, sino para pequeños mamíferos, insectos y polillas. Está dormida. El avión está suspendido en un aire puro y glacial que mata las bacterias. Cada vuelo nos desinfecta. Cada noche nos purifica. Ve una pintura, no conoce su título, la recuerda de la infancia: una mujer toca los párpados de un anciano arrodillado ante ella. Es un cuadro de la biblioteca de su padre, sabe dónde estaba el libro, abajo a la derecha, junto con otros libros de arte. Podría cerrar los ojos y entrar en esa estancia de ventanas saledizas que daban al jardín. Pag. 275
"Kairós", lee Kunicki, "kairós", repite sin estar seguro de cómo se pronuncia. Debe ser griego clásico, piensa contento, ¡griego!, y se lanza hacia las estanterias de su biblioteca, donde no hay ningún diccionario griego, solo uno titulado Proverbios útiles en latín, al que apenás ha dado uso. Pag. 331
Reconoce ese lugar, estuvo en él por última cuando bajaban las aguas, justo después de la inundación. La biblioteca, la honorable Ossolineum, está situada junto al río, frente a é, y es un error. Los libros deberían guardarse en sitio elevado.
Recuerda aquella imagen, el momento en que salió el sol y bajaron las aguas. La inundación había dejado cieno y fango, pero ya habían limpiado algunos lugares y los trabajadores de la biblioteca ponían allí los libros a secar. Los colocaban medio abiertos en el suelo; eran cientos, miles. En esa posición tan poco natural para ellos, recordaban a seres vivos, un cruce entre pájaro y anémona.
Hoy se siente incómodo en esa biblioteca del centro de la ciudad, espléndidamente reconstruida tras el desastre de la inundación y oculta en una serie de edificios que circundan un claustro. Al entrar en la espaciosa sala de lectura ve mesas dispuestas en filas regulares y distancia discreta entre una y otra. Ante casi todas ellas ha sentada una espalda: inclinada, jorobada. Árboles sobre tumbas. Un cementerio. Pag. 332
Nunca había estado allí. Durante su carrera frecuentaba únicamente la moderna biblioteca de la universidad. Entregaba una hoja con el título y el autor y al cabo de un cuarto de hora le traían el libro. Tampoco es que la frecuentara muy a menudo, en situaciones excepcionales más bien, porque la gente fotocopiaba la mayoría de los textos. Pag. 333
Solo mencionaré una conferencia, mi favorita. La concibió Karen. Fue a ella a quien se le ocurrió la idea de hablar de los dioses menores, los que no se encuentran en las páginas de los libros conocidos y populares, los que Homero no mencionó y más tarde Ovidio ignoró; los que no hicieron méritos con sus aventuras bélicas o amorosas; los no suficientemente aterradores ni suficientemente astutos, efímeros, apenas conocidos gracias a migajas de roca, menciones, vestigios de bibliotecas quemadas. Pag. 371
Después se desparramó sobre las estaciones y los aeropuertos desde donde el profesor había partido al ancho mundo. Inundó las ciudades a las que había viajado y, en ellas, las calles donde se había alojado en habitaciones alquiladas; los hoteles baratos donde había vivido, los restaurantes en los que había almorzado. La centelleante superficie roja del mar alcanzaba ya los primeros estantes de sus amadas bibliotecas, se hinchaban las páginas de los libros, también aquellos en cuya cubierta figuraba su nombre. La lengua carmesí lamía las letras, diluyendo su negra tinta. Pag. 377
Tokarczuk, O. (2019 ). Los errantes. Barcelona: Anagrama.
Aportado por Lola
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