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Pero nunca dijo deberías leer alguno, o mira éste o aquel otro; esperó que Teresa se decidiera ella sola, después de sorprenderla varias veces curioseando entre los veinte o treinta libros que renovaba de vez en cuando, ejemplares de la biblioteca de la prisión y otros que le mandaba algún familiar o amigo de afuera o encargaba a compañeras con permisos de tercer grado. [...] De modo que al día siguiente fueron a la biblioteca de la prisión y le pidieron a Marcela Conejo, la encargada -Conejo era su apodo: le puso a su suegra lejía de esa marca en la botella de vino-, el libro que ahora Teresa tenía en las manos.
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Las acompañaban Conejo, la bibliotecaria envenenadora, la piquera Charito, que estaba allí por tomadora del dos en la feria del Rocío y en la de Abril y en la hiciera falta, y Pepa Trueno, alias Patanegra, que se había cargado a su marido con un cuchillo de cortar jamón del bar que ambos regentaban en la N-IV, [...]
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También estaban los libros. [...] Ahora tenía muchos, en estanterías de roble donde se alineaban ordenados por tamaños y por colecciones, llenando las paredes de la biblioteca orientada al sur y al jardín, [...]
ARTURO PÉREZ-REVERTE; La Reina del Sur. Ediciones Generales Santillana, 2003.
Aportado por JMV
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