El tío Víctor nunca había organizado su biblioteca de ninguna forma sistemática. Cuando compraba un libro lo colocaba en el estante al lado del que había comprado antes de éste, y poco a poco las hileras se iban extendiendo, ocupando mayor espacio a medida que pasaban los años.
px 32
Cada vez que le traía otra parte de la biblioteca del tío Víctor, el viejo empezaba con su rutina. Tocaba los libros con desprecio, examinaba los lomos, buscaba marcas y manchas, dando siempre la impresión de alguien que está manejando un montón de basura.
px 34
Cuando Zimmer me arengó un día delante de la biblioteca, quejándose de lo difícil que se había vuelto ponerse en contacto conmigo, eludí el tema de mis problemas económicos soltándole un largo discurso sobre cables, voces y la muerte del contacto humano.
px 36
Esa mañana pasé un par de horas en la sala de lectura de la biblioteca pública, confiando en que el calor que hacía allí dentro contribuyera a secarme la ropa.
px 78
Había quedado con Kitty a las ocho y pensé que entretanto podía hacer algo de investigación en la biblioteca de Columbia.
px 149
Un día del verano del 39 visitamos la Biblioteca Pública que hay en la esquina de la Cuarenta y dos y Cincuenta y luego nos paramos a tomar un poco de aire en Bryant Park.
px 156
-He estado haciendo planes -mentí, esperando hacerle cambiar de tema-. He solicitado una plaza en la escuela de biblioteconomía de Columbus y me le han concedido. Creí que ya se lo había dicho. Las clases empiezan en otoño.
[...]
-Me cuesta imaginarte como bibliotecario, Fogg.
-Reconozco que se hace raro, pero creo que puede ser adecuado para mí. Después de todo, las bibliotecas no están en el mundo. Son sitios aparte, santuarios del pensamiento puro. De ese modo, podré seguir viviendo en la luna el resto de mi vida.
px 223
Pensé que le debía a Effing el hacer por lo menos otro esfuerzo en su honor. Al día siguiente de recibir esta carta del Art World Montbly, fui a la biblioteca y saqué una fotocopia de necrología de Julian Barber de 1917, que luego envíe al director de la revista junto con una breve carta.
px 236
-No queremos gordos -le dijo el sargento con una risita depreciable.
Así que Barber se incorporó a las filas del frente interior y se quedó en casa, junto con los parapléjicos y los deficientes mentales, los hombres demasiado jóvenes o demasiado viejos. Pasó esos años en el departamento de historia de Columbia rodeado de mujeres, una anómala masa de carne masculina empollando entre las estanterías de la biblioteca.
px 245
PAUL AUSTER; El Palacio de la Luna. Ed Anagrama, 1990
Aportado por JMV
No hay comentarios:
Publicar un comentario